viernes, 22 de julio de 2011

El Dios de la Alegría

Rafael Velasco, S.J.

Decía Nietzsche: “¿Cómo voy a creer en la resurrección de Cristo si los cristianos andan con esa cara?”
La frase es contundente y uno hasta coincide muchas veces.
Si nos ponemos a pensar, los cristianos solemos asociar la fe al dolor, a lo serio, al cumplimiento de preceptos, la renuncia, la mortificación, pero rarísimamente la asociamos a la Alegría. Hablar de Dios es “cosa seria”, pero no alegre. Es más, pareciera que la religión viene a aguar la fiesta de la vida con todos sus preceptos y mandamientos.

La Fiesta de la Pascua Cristiana, la fiesta central del cristianismo que celebra la resurrección de Jesús, es nuestra fuente de alegría. Pablo dice “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe y somos los hombres más dignos de lástima”.

La Resurrección no es el “happy end” de una película tristísima de sufrimiento, injusticia y dolor, sino que es la confirmación, por parte de Dios Padre, de que el Amor vence a la muerte y que una vida entregada, como la de Jesús, por la vida y la alegría de los demás es fuente de Vida y Alegría. Es decir que vivir como Jesús es fuente de Alegría genuina.

Jesús en su vida mortal se enfrentó decididamente con los que encaraban la religión como un cumplimiento de determinadas leyes, que terminaba ahogando la libertad y por lo tanto la capacidad de amar. De hecho son ellos –los saduceos (los sacerdotes) y los escribas (los teólogos) – quienes lo llevan a la muerte. Jesús viene a decir que esa religión –también hoy– no es la que le agrada a Dios, que la verdadera religión es la que impulsa a hombres y mujeres a salir al encuentro de sus hermanos y hermanas para ayudarlos a ser felices, a tener Vida en abundancia. Eso implica poner en su lugar las leyes y preceptos religiosos, como algo relativo que está en función del hombre y no al revés.

La espiritualidad del cumplimiento de determinadas leyes religiosas termina siendo una espiritualidad centrada en el propio yo. Si cumplo me siento tranquilo, y por lo tanto lo más importante es cumplir, no amar.

Por el contrario, el domingo de resurrección es la confirmación por parte de Dios de que una vida entregada por amor a los demás es el Camino de la Vida verdadera. Y es la invitación a transitar ese camino, sabiendo, con lucidez, que el amor tarde o temprano debe pasar por la oscuridad, el rechazo, el dolor (la Cruz de Cristo), pero que perseverando en la Fe y la Esperanza en ese mismo camino, nos alumbra la Luz de una Vida Nueva, diferente; eso es vivir como resucitados.

Esto es tan claro como la frontera entre el Amor y el egoísmo (que a veces se presenta con caras muy refinadas, que incluso se confunden con formas de amor).

La vida de Jesús de Nazareth fue un pasar dando alegría a los que la necesitaban y a los que la quisieran recibir. Su muerte fue el testimonio de que esa alegría se ofrece, no se impone, y de que el camino para acceder a ella debe pasar ciertamente por la fidelidad en lo cotidiano. Su Resurrección es la señal que nos da Dios Padre de que ese es el Camino de la felicidad.

Ateos y creyentes anónimos

Muchas veces pienso que muchos de los que se dicen ateos, no reniegan en realidad de Dios, sino de ese dios triste y opresivo que lamentablemente muchas veces anunciamos, en particular los cristianos, con nuestra predicación y con nuestro modo de vida. Nos perciben a los hombres religiosos con la cara que Nietzsche veía en los cristianos de su tiempo.

Tal vez el Dios de la Alegría tenga más adeptos anónimos (que se dicen agnósticos o ateos) de los que parece. Adeptos que intentan vivir el amor al prójimo con todas sus consecuencias; adeptos que lo adoran silenciosamente en la intimidad del templo de sus corazones.