jueves, 22 de septiembre de 2011

NUEVOS TIPOS DE CREYENTES EN LA IGLESIA

Les comparto un material que elaboramos junto con Any para el Seminario Nacional de Catequesis. Espero que les guste
INTRODUCCIÓN:

El tiempo actual ha generado distintos tipos de creyentes que no responden al modelo de las autoridades y los escritos eclesiales católicos, y que por lo tanto, no son considerados por ambos como auténticos.
Por el contrario, se los considera y ellos mismos se sienten de segunda categoría, al comparárselos con aquellas personas que entran dentro del perfil al que responde el llamado “católico oficial ó práctico”.
Sin embargo, si echáramos una mirada al evangelio y a algunas prácticas de Jesús, podríamos concluir que esta actitud para con estos fieles no estaría de acuerdo a la práctica de Jesús con creyentes de su época, en similares situaciones.

En este trabajo pretendemos demostrar, a partir de la descripción de determinadas situaciones vividas por creyentes bautizados de la Iglesia Católica, que su modo particular de vivir la fe en la actualidad los coloca frente a las autoridades eclesiales y algunos creyentes que se definen a sí mismos como “oficiales “, en condiciones que consideramos no evangélicas y por lo tanto, inadecuadas.

Pretendemos mostrar que algunas de las formas que han ido adquiriendo las prácticas religiosas y la experiencia de fe de estos fieles no responden a los cánones oficiales dentro de la iglesia católica, y por lo tanto, se los considera en ella como “católicos de segunda”.

Conjuntamente intentaremos mostrar la inadecuación evangélica de la categoría a la que son marginados, en razón de su forma de vivir la fe, dado que muchas prácticas de Jesús para con fieles de su época (con estas mismas características: no responder al perfil oficial de la época) fue absolutamente la contraria.

LA POST-MODERNIDAD HA GENERADO UN NUEVO TIPO DE CREYENTES.

El tiempo actual, denominado por algunos estudiosos del mismo como POSTMODERNIDAD, o hablando también de manera “religiosa” el tiempo
“post-cristiano” tiene una serie de características que han afectado considerablemente muchas dimensiones del ser humano, entre ellas, su religiosidad y la forma de vivirla.







El descreimiento en las instituciones, la relativización de algunos valores y de ciertos elementos de la cotidianeidad, son algunos elementos que la post-modernidad ha introducido, creando, entre otras cosas, nuevas formas de ser creyentes, de relacionarse con la divinidad, y con la institución que media esta relación.

La Iglesia Católica no ha quedado al margen y ha sido afectada por algunos de estos elementos que mencionamos, en particular el desprestigio que en este tiempo sufren las instituciones, y fieles que se relacionan con ella de una manera nueva.

De esta forma, mucho de lo que provenga de ella institucionalmente es relativizado ó desvalorizado y no tenido en cuenta.
Esta desvalorización o desprestigio no ha sucedido solamente en ésta época, sino en muchas a los largo de la historia de la Iglesia.

Si nos situamos en la modernidad, por lo general el sujeto que desvalorizaba a la Iglesia institucional en particular, y a todo lo religioso en general, era el que se definía como ateo o agnóstico. Sin embargo, en este tiempo, muchos de los sujetos que critican, desvalorizan, desautorizan, y/o no tienen en cuenta las orientaciones y expresiones de fe que la Iglesia propone, son sus mismos fieles.

Estos fieles suelen definir su situación con frases tales como:

“Yo soy creyente, pero no me vengan a decir nada del Papa, los curas o las monjas”
“yo soy creyente, pero no quiero saber nada con la Iglesia”
“yo soy creyente, pero eso de ir a misa o confesarme no va conmigo”
“yo soy creyente, pero no me vengan a hablar de la castidad o del control natural de la natalidad, eso está perimido”

Estas frases nos permiten hablar de dos cosas: la afirmación de la fe, pero con nuevas vivencias.
Podríamos afirmar que la amalgama de estas situaciones ha ido configurando un nuevo tipo de creyente católico que puede definirse también con una frase muy repetida por quienes se inscriben en este nuevo estilo:
“Yo soy católico a mi manera”.

El perfil de creyente que podríamos delinear, a partir de estas características sería el siguiente:

a) son católicos que se definen como tales,
b) que dejan bien en claro su adhesión a la fe,
c) pero que se manifiestan críticos frente a ciertas expresiones o formas de la fe que han sido habituales hasta ahora: relación con la jerarquía, práctica de los sacramentos, adhesión a las orientaciones de la doctrina eclesial.
d) viven de otra manera la relación con la institución y sus demandas y orientaciones.



Podríamos abundar en muchas expresiones más, o situaciones (por ejemplo los creyentes que están en nuevas uniones) pero casi todas hablan de una forma particular de vivir la fe.
Debe quedar bien en claro que en ningún caso se habla de descreimiento o ausencia de fe, tampoco de gente que no se sienta católico.
El último documento de la Conferencia Episcopal Latinoamericana ha definido algunas de estas situaciones hablando de que muchos fieles “SE SIENTEN CATÓLICOS, PERO NO IGLESIA”

ESTA FORMA DE CREER NO RESPONDE A LOS CÁNONES PREVISTOS OFICIALMENTE POR LA IGLESIA CATÓLICA PARA SUS FIELES

Estas nuevas maneras de vivir la fe contrastan en la post-modernidad con lo que la modernidad consideraba como inamovible y / o absoluto: había una sola forma de creer, y una única y posible manera de integrar la comunidad católica y ser identificado como miembro de ella.

Podríamos afirmar que había una forma “oficial” de ser creyente, perfil que se ha mantenido hasta la actualidad, y que las autoridades eclesiales se resisten a transformar.

Los mismos fieles que se enrolan en las filas del nuevo perfil de creyente (descrito someramente arriba) pueden definir claramente cuál es el perfil oficial, porque ha sido gravado en sus conciencias desde que eran pequeños.

Una enfática catequesis sobre lo que le daba al creyente su identidad de católica remarcaba
a) estar bautizado, cumplir con todos los sacramentos (comunión, confesión, casarse por iglesia)
b) ir a misa todos los domingos y cumplir con los preceptos, saber todas las oraciones, mandamientos, de memoria. Tener interiorizada la doctrina.
c) regirse por la doctrina eclesial en todo lo que ella se pronuncia (divorcio, control de la natalidad, procreación asistida, ejercicio de la sexualidad etc.),
d) tener una clara y protagónica participación eclesial ( en la parroquia ) y
e) una adhesión explícita al párroco, al obispo y al Papa.
f) Ser devoto mariano, porque eso lo diferenciaba claramente de los protestantes


LAS NUEVAS FORMAS DE CREER SON CONSIDERADAS INAUTÉNTICA Y DE “SEGUNDA CATEGORÍA”

La mayoría de los creyentes que pueden describir a la perfección este perfil “oficial” y que son conscientes de que no responden a él, se han automarginado de la comunidad eclesial.
Fruto de esa insistente catequesis, sabedores de no responder a las características del “católico práctico u oficial”, no se sienten creyentes auténticos, y al compararse con estos supuestos “auténticos” se sienten inferiores o de segunda categoría.

Por su parte la Iglesia institucional y los fieles que se consideran como “católicos prácticos” (o que responden perfectamente al perfil oficial) se ha encargado de hacerles sentir la diferencia al no contemplarlos como destinatarios y/o protagonistas en sus actividades, con esta forma de vivir la fe.
La Iglesia no desconoce esta situación o esta forma de vivir la fe de muchos de sus fieles, pero todo su trabajo para con ellos es tratar de “convertirlos” en creyentes oficiales.

Se habla de “los que se han apartado de la madre Iglesia”, de los que “han abandonado los sacramentos”, de los que nunca participan de la vida parroquial, de los que “no van nunca a misa, ni se confiesan” con el solo propósito de volverlos al “redil”.

Hace ya décadas, los obispos vascos de España produjeron un documento donde hablaban de las características que la post-modernidad le había dado a la fe de algunos creyentes e incluían entre ellas la desvinculación eclesial, la no práctica de los sacramentos, el no seguir las orientaciones del magisterio de la Iglesia.

En nuestro país esto ha sido en algunos casos, estudiado y contemplado como una realidad dentro de los creyentes, pero con un sólo objetivo: NO para integrarlos a la comunidad eclesial con este perfil de creyentes, sino para “convertirlos” en creyentes “auténticos”: que vuelvan a la iglesia, a los sacramentos cotidianos (eucaristía y confesión) a someterse a las orientaciones del magisterio y del derecho canónico.

Paradójicamente, y a pesar de sentirse y saberse señalados como “de segunda” y automarginarse de la comunidad católica, esta “conversión” pretendida por las autoridades eclesiales es un camino al que la mayoría de estos creyentes “no prácticos” ya tienen claro que no han de volver, porque su perfil e identidad de creyente no es caprichoso sino que está fundado y ya se ha configurado de esta manera.

Los católicos que se autodenominan “prácticos” definen la posición de estos creyentes como “cómoda” o que la han adoptado para “aligerar” el peso de la religión en sus vidas. Como si uno de los mandatos de lo religioso fuese el ser un “peso” que nadie debe sacarse de encima.


Además de no considerarla caprichosa, muchos de quienes viven su experiencia de fe de esta nueva manera interpretan que su actual situación corresponde al haber evolucionado en su religiosidad, y volver a lo anterior sería como una especie de involución.

Por su parte, las autoridades eclesiales y los “católicos oficiales” perciben que estos creyentes han involucionado en su fe, y que deben ser puestos “en el camino correcto”.
Un reciente artículo leído sobre esta situación, habla de “la degeneración del sentimiento religioso” y describe las actuales tendencias de los fieles como “una degeneración del sentimiento religioso que, respecto a lo cristiano, puede considerarse una involución”

Llegados a este punto, y a partir de lo afirmado en los apartados anteriores, podemos concluir, en una primera instancia, que los creyentes católicos que viven la fe con las características que en ellos ha impreso este tiempo que vivimos, no son considerados como auténticos.
Esta discriminación va más allá, porque además, se los relega a ser una especie de “creyentes de segunda categoría” dentro de esta institución.

Esta exclusión es hecha en primer lugar, por muchas autoridades de la misma iglesia, en segundo lugar por muchos de aquellos que se consideran a sí mismos como los “católicos prácticos u oficiales”, e incluso por los mismos protagonistas de esta nueva manera de creer.


ESTA SITUACIÓN EN TIEMPOS DE JESÚS

En tiempos de Jesús, también había personas que eran marginadas religiosamente en razón de sus prácticas, por no responder a las pautas impuestas por los fariseos, escribas y sacerdotes, representantes de la “fe oficial de Israel”.

El pueblo de la Galilea, el pueblo de Jesús, era un pueblo muy religioso. Intentaban seguir todas las indicaciones de sus autoridades religiosas, pero algunas, para muchos, eran imposibles de concretar.

El pueblo era observante, pero no fanático. Era respetuoso de los escribas y sacerdotes, pero tenía sentido común. No dejaba que todas esas observancias perturbaran su vida, y cuando era necesario, no temían transgredir las normas enseñadas por ellos.
Por ejemplo, los discípulos de Jesús comían sin lavarse las manos (MC 7,2). En sábado la gente buscaba a Jesús para que los curase, sin atender a las advertencias del jefe de la sinagoga (Lc 13,14).
Dejar morir a los animales (que les daban el sustento) porque en sábado no se podía buscar ayuda o caminar hasta donde estaban para auxiliarlos, era un lujo que no se podían dar. De manera que quebrantaban la ley sabática para salvar su medio de vida (Mateo 12,9 y ss)

La pureza era sumamente importante, porque un impuro no se podía acercar a Dios. Pero conservarse puro era muy caro: si un animal impuro (por ejemplo una cucaracha) tocaba una vasija, había que destruir la vasija (Lv. 11.35). Todo lo que tomara contacto con algo impuro tenía que ser destruido. La economía del hogar era insostenible si permanentemente había que destruir cosas para mantener la pureza.
Por eso, aquellos que por razones económicas u otras razones no cumplían con estas reglas religiosas, quedaban marginados, excluidos de la comunidad, no se les permitía participar.
Los fariseos, los escribas y los sacerdotes – las autoridades que velaban por la religión oficial- se encargaban de hacer entender bien a la gente cuál era su condición: puro o impuro, perteneciente a la comunidad o excluido.

Las enfermedades eran consideradas una impureza, y separaban a los portadores de la comunidad. En el evangelio encontramos muchos pasajes donde los fariseos señalan permanentemente la impureza: en los publicanos, en los enfermos, en las mujeres, etc.
En el diálogo entre el ciego de nacimiento y los sacerdotes (Jn 9,34) éstos increpan al ciego diciendo “tú naciste lleno de pecado, ¿nos vas a dar lecciones a nosotros?”

Todas estas normas y leyes religiosas dejaban una cantidad de fieles israelitas fuera de la comunidad de fe, apartados por las autoridades o autoexcluidos por ellos mismos. El texto que compara las actitudes de un fariseo y un publicano (un impuro debido a sus prácticas económicas no legales) es absolutamente ilustrativo sobre esta situación (Lc.18, 9-14).

El biblista Carlos Mesters, al analizar la situación, concluye:” en fin, a pesar de todo el control por parte de los escribas y fariseos, el pueblo seguía libre y con sentido común”.

LA PRÁCTICA DE JESÚS: INCLUSIÓN Y ENFRENTAMIENTO CON LAS AUTORIDADES ECLESIALES


La práctica de Jesús para con estos marginados religiosos fue de una permanente tarea de inclusión en la comunidad de sus seguidores y de una permanente denuncia y enfrentamiento a las autoridades religiosas oficiales, por dejar abandonada la vida de estas personas.

A causa de la no práctica de las leyes que la mayoría de las autoridades religiosas prescribían, multitudes de personas quedaban fuera de la comunidad.
Jesús contempla esta situación y se conmueve: “...tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.” (Mateo 9,36). Las autoridades no incluían a esta gente, no las atendían, no las contemplaban entre sus seguidores. Nadie trabajaba por ellos.
Jesús recrimina este abandono a los fariseos: “ustedes no entran ni dejan entrar al Reino” (Mateo 23,13). Más duramente les recrimina: “ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres (...) anulan la Palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido” (Mc 7,8.13).

Y si dedican alguna atención a la gente, es para controlar la situación y enseñarles el camino ortodoxo (Mc 3,22 y 7,1).
Por eso Jesús inicia una práctica distinta: cura en sábado y hace cosas prohibidas en sábado (Mc. 2,24), come con personas impuras (Mc. 2,16), limpia a los leprosos (Mc 1,40-44), y está en permanente contacto, incorporándolos a su comunidad, aquellos que las autoridades religiosas han dejado “sin pastor”. Y lo hace con una firme convicción: “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos” (Mateo 9,12) “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mc 2,17)
En una ocasión, un fariseo que lo había invitado a comer le observa que no se ha purificado antes de comer, y Jesús le responde “¡Así son ustedes los fariseos! Purifican por fuera el plato y la copa y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos!” (Lucas 11,37 y ss).
Jesús no duda en enseñar lo contrario a lo planteado por las autoridades religiosas. Después de haber sido cuestionado por un fariseo, se dirige a la multitud y les enseña “Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella. Entonces los discípulos marcan el escándalo causado por estas palabras entre los fariseos, y Jesús les responde:”Déjenlos, son ciegos que guían a otros ciegos” (Mateo 15, 1-2.10-11.14). Jesús deja bien en claro la razón de estas preferencias.

Hay muchos pasajes que nos permitirían resumir en algunas nuevas pautas, las prácticas de Jesús:

- el ayuno y otras prácticas antiguas hay que relativizarlas (Mc, 2,15-17)
- La ley de Dios debe interpretarse al servicio de la vida ((Mc. 2,23-28)
- Para pertenecer al Pueblo de Dios sólo basta una cosa: hacer la voluntad de Dios (no solamente el cumplimiento de ritos) (Mc. 3,31-34)

A MODO DE CONCLUSIÓN:

Si comparamos la situación de estos fieles del tiempo de Jesús, con la de los fieles actuales (descripta en las dos premisas del primer argumento) podríamos encontrar algunas coincidencias:
- a ambos se les cuestiona la no práctica de ritos y tradiciones impuestas a lo largo del tiempo, como identificatorias de la religión que profesan
- en ambos casos, esta no práctica es motivo de abandono, por parte de las autoridades religiosas, para con estos fieles
- en ambos casos, la practica de las autoridades religiosas para con ellas es tratar de volverlas al camino “correcto” u “ortodoxo”.
- En ninguno de los casos se habla de fieles que reniegan de su fe, sino al contrario, que la viven con prácticas distintas a las “oficiales”
Por su parte, Jesús increpa a las autoridades religiosas el abandono que han hecho de la Palabra de Dios y de las personas, mirando más las tradiciones que la VIDA.

Por un lado, Jesús instala nuevas prácticas, que coinciden y / o avalan las que los fieles marginados hacían. Por otro lado, deja bien en claro que su acción es preferentemente para con esta gente (no vine a llamar a los justos sino a los pecadores)
Es por esto que podemos afirmar, comparando las situaciones y desde la práctica de Jesús, que la actual situación de estos “creyentes de segunda” para con la comunidad y las autoridades de la iglesia católica podría considerarse como no evangélica, y no corresponder a lo que Jesús haría con estos fieles.

Si las autoridades de la Iglesia Católica se guiaran por las prácticas de Jesús que hemos descrito, no discriminarían a estos creyentes en razón la ausencia de práctica de tradiciones y ritos y debería ser a los primeros que atenderían, intentando entender sus nuevas prácticas.