martes, 29 de junio de 2010

¿Qué ves cuando los ves?

Les paso un artículo de Página 12 sobre la problemática adolescente realizado por Gabriel Brener. Que lo disfruten para seguir pensando en ellos....


Como si fuesen hijos de nadie, como si no fueran el cuerpo y el alma de los cambios sociales, como si diera lo mismo no invertir en ellos, allí están, nuestros jóvenes, como objeto de la arrolladora y mercantil pluma de titulares que los etiquetan como feos, sucios y malos. Y en la TV nos bombardean con las imágenes de un grupo de adolescentes que mientras reclaman por una escuela digna, o sea por su propio futuro, se equivocan al pegarle a un adulto que se equivoca aún mas desafiándolos (porque un adulto siempre es más responsable que un adolescente) y confirmando dicha provocación pide que los metan presos, que los echen del mundo.

Algunos medios de comunicación no sólo describen los acontecimientos sino que construyen un relato uniforme sobre los jóvenes, en especial sobre los más pobres. En vez de reconocerlos más frágiles, en vías de formación, los congela con el estigma del mal, asociándolos a una especie de epidemia contagiosa de violencia y descontrol.

Y, entonces, las pantallas ofrecen un voluminoso desfile de “periodismo de investigación”, una colección de videoclips que distribuyen el miedo como quien esparce maíz entre palomas mapeando territorios prohibidos, alertan una colección de inseguridades, y a partir de algunos rasgos (jóvenes morochos, ciertas gorras, zapatillas, etc.), configuran aquello que se denomina “portación de rostro”, sentenciando su condición de sospechosos.

Dicha mediatización es imposible desligarla de un contexto ciudadano muy ávido de seguridad, que vive en un permanente estado de “miedoambiente” en sintonía con un sentido común punitivo que parece estar al acecho del castigo ejemplar y público como única forma de solución de los conflictos. Y aquí llegamos a una cuestión que cada tanto vuelve como un boomerang del menú mediático. La baja de edad en la imputabilidad como única solución de los problemas de inseguridad.

Sería necesario, desde una perspectiva adulta y responsable, intentar trocar la idea de pibes y adolescentes peligrosos que construyen los medios de comunicación y un dominante sentido común represivo por la idea de niños y jóvenes en peligro. Mientras sigan existiendo brutales niveles de desigualdad y la carencia de un proyecto de vida, todos como sociedad estamos en peligro.

Pero siempre los pibes están por delante. Quienes asumimos el desafío de educar, sabemos que los adultos podemos padecer serios desamparos, pero nunca debemos anteponerlos a los de los propios pibes, nuestros alumnos, nuestros hijos. Ellos son siempre la clara expresión de lo que los adultos hemos hecho con ellos y somos siempre responsables por ellos y ante ellos. Vale entonces no confundir los tantos...

Soy docente y apuesto a que en nuestras aulas, pero también fuera de ellas, podamos generar reflexión y análisis crítico sobre los medios de comunicación. De esta manera, es probable que nos hagamos de una herramienta clave para promover prácticas educativas menos excluyentes y más plurales, así como un ejercicio de ciudadanía democrática.

En los modos de mirar, en la manera de expresar lo que vemos, ponemos en juego nuestras representaciones de los otros, de lo deseable, de lo repudiable, de cuánto los incluimos o si los estamos excluyendo. En nuestros modos de mirar a los más jóvenes es posible que exista el desafío de hacerles un lugar y darles confianza.

* Licenciado en Ciencias de la Educación, capacitador de docentes y directivos e Investigador del proyecto Ubacyt “Desigualdad, violencias y escuela: dimensiones de la socialización y la subjetivación” . Y coautor del libro Violencia escolar bajo sospecha, de Editorial Miño y Dávila.

sábado, 26 de junio de 2010

SIN INSTALARSE NI MIRAR ATRÁS

13 Tiempo ordinario (C) Lucas, 9, 51-62

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 23/06/10.- Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana. Lo esencial. Nada hay más importante o decisivo. Precisamente por eso, Lucas describe tres pequeñas escenas para que las comunidades que lean su evangelio, tomen conciencia de que, a los ojos de Jesús, nada puede haber más urgente e inaplazable.
Jesús emplea imágenes duras y escandalosas. Se ve que quiere sacudir las conciencias. No busca más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que le sigan sin reservas, renunciando a falsas seguridades y asumiendo las rupturas necesarias. Sus palabras plantean en el fondo una sola cuestión: ¿qué relación queremos establecer con él quienes nos decimos seguidores suyos?
Primera escena. Uno de los que le acompañan se siente tan atraído por Jesús que, antes de que lo llame, él mismo toma la iniciativa: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le hace tomar conciencia de lo que está diciendo: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido», pero él «no tiene dónde reclinar su cabeza».
Seguir a Jesús es toda una aventura. Él no ofrece a los suyos seguridad o bienestar. No ayuda a ganar dinero o adquirir poder. Seguir a Jesús es "vivir de camino", sin instalarnos en el bienestar y sin buscar un falso refugio en la religión. Una Iglesia menos poderosa y más vulnerable no es una desgracia. Es lo mejor que nos puede suceder para purificar nuestra fe y confiar más en Jesús.
Segunda escena. Otro está dispuesto a seguirle, pero le pide cumplir primero con la obligación sagrada de «enterrar a su padre». A ningún judío puede extrañar, pues se trata de una de las obligaciones religiosas más importantes. La respuesta de Jesús es desconcertante: «Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios».
Abrir caminos al reino de Dios trabajando por una vida más humana es siempre la tarea más urgente. Nada ha de retrasar nuestra decisión. Nadie nos ha de retener o frenar. Los "muertos", que no viven al servicio del reino de la vida, ya se dedicarán a otras obligaciones religiosas menos apremiantes que el reino de Dios y su justicia.
Tercera escena. A un tercero que quiere despedir a su familia antes de seguirlo, Jesús le dice: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios». No es posible seguir a Jesús mirando hacia atrás. No es posible abrir caminos al reino de Dios quedándonos en el pasado. Trabajar en el proyecto del Padre pide dedicación total, confianza en el futuro de Dios y audacia para caminar tras los pasos de Jesús.

jueves, 24 de junio de 2010

Cuento: Eligiendo cruces

Les comparto este cuento de Mamerto Menapace que puede servir para compartir con grandes y chicos. Al final viene una guía de trabajo

Estos también es del tiempo viejo, cuando Dios se revelaba en sueños. O al menos la gente todavía acostumbraba a soñar con Dios. Y era con Dios que nuestro caminante había estado dialogando toda aquella tarde. Tal vez sería mucho hablar de diálogo, ya que no tenía muchas ganas de escuchar sino de hablar y desahogarse.
El hombre cargaba una buena estiba de años, sin haber llegado a viejo. Sentía en sus pierna el cansancio de los caminos, luego de haber andado toda la tarde bajo la fría llovizna, con el mono al hombre y bordeando las vías del ferrocarril hacía tiempo que se había largado a linyerear, abandonando, vaya a saber por qué, su familia, su pago y sus amigos. Un poco de amargura guardaba por dentro, y la había venido rumiando despacio como para acompañar la soledad.
Finalmente llegó mojado y aterido hasta la estación del ferrocarril, solitaria a la costa de aquello que hubiera querido ser un pueblito, pero que de hecho nunca pasó de ser un conjunto de casas que actualmente se estaban despoblando. No le costó conseguir permiso para pasar la noche al reparo de uno de los grandes galpones de cinc. Allí hizo un fueguito, y en un tarro que oficiaba de ollita recalentó el estofado que le habían dado al mediodía en la estancia donde pasara la mañana. Reconfortado por dentro, preparó su cama: un trozo de plástico negro como colchón que evitaba la humedad. Encima dos o tres bolsas que llevaba en el mono, más un par de otras que encontró allí. Para taparse tenía una cobija vieja, escasa de lana y abundante en vida menuda. Como quien se espanta un peligro de enfrente, se santiguó y rezó el Bendito que le enseñara su madre.
Tal vez fuera la oración familiar la que lo hizo pensar en Dios. Y como no tenía otro a quien quejarse, se las agarró con el Todopoderosos reprochándole su mala suerte. A él tenían que tocarle todas. Pareciera que el mismo Tata Dios se las había agarrado con él, cargándole todas las cruces del mundo. Todos los demás eran felices, a pesar de no ser tan buenos y decentes como él. Tenían sus camas, su familia, su casa, sus amigos. En cambio aquí lo tenía a él, como si fuera un animal, arrinconado en un galpón, mojado por la lluvia y medio muerto de hambre y de frío. Y con estos pensamientos se quedó dormido, porque no era hombre de sufrir insomnios por incomodidades. No tenía preocupaciones que se lo quitaran. En el sueño va y se le aparece Tata Dios, que le dice:
-Vea, amigo. Yo ya estoy cansado de que los hombres se me anden quejando siempre. Parece que nadie está conforme con lo que yo le he destinado. Así que desde ahora le dejo a cada uno que elija la cruz que tendrá que llevar. Pero que después no me vengan con quejas. La que agarren tendrán que cargarla para el resto del viaje y sin protestar. Y como usted está aquí, será el primero a quien le doy la oportunidad de seleccionar la suya, vea, acabo de recorrer el mundo retirando todas las cruces de los hombres, y las he traído a este galpón grande. Levántese y elija la que le guste.
Sorprendido el hombre, mira y ve que efectivamente el galpón estaba que hervía de cruces, de todos los tamaños, pesos y formas. Era una barbaridad de cruces las que allí había: de fierro, de madera, de plástico, y de cuanta material uno pudiera imaginarse.
Miró primero para el lado que quedaban las más chiquitas. Pero le dio vergüenza pedir una tan pequeña. El era un hombre sano y fuerte. No era justo siendo el primero quedarse con una tan chica. Buscó entonces entre las grandes, pero se desanimó enseguida, porque se dio cuenta que o le daba el hombro para tanto. Fue entonces y se decidió por una tamaño medio: ni muy grande, ni tan chica.
Pero resulta que entre éstas, las había sumamente pesadas de quebracho, y otras livianitas de cartón como para que jugaran los gurises. Le dio no sé qué elegir una de juguete, y tuvo miedo de corajear una de las pesadas. Se quedó a mitad de camino, y entre las medianas de tamaño prefirió una de peso regular.
Faltaba con todo tomar aún otra decisión. Porque no todas las cruces tenían la misma terminación. Las había lisitas y parejas, como cepilladas a mano, lustrosas por el uso. Se acomodaban perfectamente al hombro y de seguro no habrían de sacar ampollas con el roce. En cambio había otras medio brutas, fabricadas a hacha y sin cuidado, llenas de rugosidades y nudos. Al menor movimiento podrían sacar heridas. Le hubiera gustado quedarse con la mejor que vio. Pero no le pareció correcto. El era hombre de campo, acostumbrado a llevar el mono al hombro durante horas. No era cuestión ahora de hacerse el delicado. Tata Dios lo estaba mirando, y no quería hacer mala letra delante suyo. Pero tampoco andaba con ganas de hacer bravatas y llevarse una que lo lastimara toda la vida.
Se decidió por fin y tomando de las medianas de tamaño, la que era regular de peso y de terminado, se dirigió a Tata Dios diciéndole que elegía para su vida aquella cruz.
Tata Dios lo miró a los ojos, y muy en serio le preguntó si estaba seguro de que se quedaría conforme en el futuro con la elección que estaba haciendo. Que lo pensara bien, no fuera que más adelante se arrepintiera y le viniera de nuevo con quejas.
Pero el hombre se afirmó en lo hecho y garantizó que realmente lo había pensado muy bien, y que con aquella cruz no habría problemas, que era la justa para él, y que no pensaba retirar su decisión. Tata Dios casi riéndose le dijo:
-Ven, amigo. Le voy a decir una cosa. Esa cruz que usted eligió es justamente la que ha venido llevando hasta el presente. Si se fija bien, tiene sus iniciales y señas. Yo mismo se la he sacado esta noche y no me costó mucho traerla, porque ya estaba aquí. Así que de ahora en adelante cargue su cruz y sígame, y déjese de protestas, que yo sé bien lo que hago y lo que a cada uno le conviene para llegar mejor hasta mi casa.
Y en ese momento el hombre se despertó, todo adolorido del hombre derecho por haber dormido incómodo sobre el duro piso del galpón.
A veces se me ocurre pensar que si Dios nos mostrara las cruces que llevan los demás, y nos ofreciera cambiar la nuestra, cualquiera de ellas, muy pocos aceptaríamos la oferta. Nos seguiríamos quejando lo mismo, pero nos negaríamos a cambiarla. No lo haríamos, ni dormidos.


Guía de Trabajo Pastoral por Marcelo A. Murúa
Cuento Eligiendo cruces, de Mamerto Menapace.
Publicado en el libro Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande.


Lectura

Realizar la lectura del cuento en grupo. Es importante que todos los presentes tengan una copia del texto. Se pueden ir turnando dos o tres personas para leer el cuento en voz alta.

Rumiando el relato

Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).
¿Qué sucede en el relato?
¿Qué sucede con el protagonista? Caracterizar al protagonista.
¿Cuál es su queja?
¿Qué le propone Dios?
¿Cómo es el proceso de su elección? ¿Qué elige finalmente?
¿Qué le muestra Dios entonces?

Descubriendo el mensaje
El cuento nos ayuda a pensar en la vida que a cada uno le tocó vivir, con sus cosas buenas y sus cosas que no nos gustan tanto… todo aquello que solemos llamar "la cruz".

¿Estás conforme con lo que te ha tocado en la vida? ¿Por qué?
¿Qué cambiarías?
¿A qué llamas "cruz" en tu vida? ¿Conoces cruces pesadas en la vida de otras personas? Compáralas con la tuya.
¿Qué mensaje nos deja el cuento?
¿Cómo lo puedes aplicar a tu vida?
Compromiso para la vida
Sintetizar en una frase el mensaje del cuento para nuestra vida.
Para terminar: la oración en común
Leer en común el texto del evangelio señalado.
Compartir oraciones espontáneas en común. A cada intención acompañar diciendo: Señor, danos fuerzas para cargar la cruz de cada día

Terminar leyendo la oración.
Aceptar la vida
Señor,
si valorara más lo que he recibido,
si aprendiera a descubrir lo mucho que tengo,
si tuviera más paciencia y sabiduría
para entender tus caminos,
si recuperara la sorpresa y la gratitud,
si volviera a Ti mi mirada más seguido,
seguramente aceptaría
con más alegría y confianza
la vida tal como me las has dado,
porque Tú sabes
cuál es la ruta de mi camino hacia Tí.
- Que así sea -

viernes, 18 de junio de 2010


La Corte Suprema a favor de la Ley de Medios por 8 votos a favor y 0 en contra.
Clarin que publicó en tapa??

Desde hace tiempo, y gracias a Internet, es sencillo descubrir cuando te mienten y cuando te ocultan
En comparación con sus colegas Página/12, Crónica, La Nación, Ambito y El Cronista, Clarín es el diario que menos visibilidad le da al fallo de la Corte Suprema en favor de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Además es el único que excluye de la primera plana el debate en Gualeguaychú respecto del bloqueo de la ruta 136. Luego de que Diario Popular priorizara ayer en la portada que “Se suicidaron ocho chicos por macabro juego de la muerte”, Clarín toma hoy la posta al destacar que “Investigan en Salta rara ola de muertes de adolescentes”.

jueves, 17 de junio de 2010

¿Qué significa que Cristo subió a los cielos?

El cielo no es un lugar al que vamos sino una situación en la que seremos transformados si vivimos en el amor y en la gracia de Dios. El cielo de las estrellas y de los viajes espaciales de los astronautas y el cielo de nuestra fe no son idénticos. Por eso cuando rezamos el Credo un domingo tras otro y decimos que Cristo subió a los cielos no queremos decir que El, anticipándose a la ciencia moderna, emprendiera un viaje sideral. En el cielo de la fe no existe el tiempo, la dirección, la distancia ni el espacio. Eso vale para nuestro cielo espacial. El cielo de la fe es Dios mismo de quien las Escrituras dicen: "Habita en una luz inaccesible" (1 Tim 6,16).

Del mismo modo, la subida de Cristo al cielo no es igual a la subida de nuestros cohetes; éstos se trasladan constantemente de un espacio a otro, se encuentran constantemente dentro del tiempo y nunca pueden salir de estas coordenadas por más lejanos que viajen por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es también un pasar, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible. de la inmanencia a la trascendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina, de los seres humanos a Dios.

Con su ascensión al cielo Cristo fue por consiguiente entronizado en la esfera divina; penetró en un mundo que escapa a nuestras posibilidades. Nadie sube hasta allí si no ha sido elevado por Dios (cfr. Lc 24,51; Hch 1,9). El vive ahora con Dios, en la absoluta perfección, presencia, ubicuidad, amor, gloria, luz, felicidad, una vez alcanzada la meta que toda la creación está llamada a lograr. Cuando proclamamos que Cristo subió al cielo pensamos en todo eso.

¿Qué decir entonces de la narración de san Lucas al final de su evangelio (24,50-53) y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (1,9-11) donde cuenta con algunos detalles la subida de Cristo a los cielos hasta que una nube lo oculto de los ojos de los espectadores? Si la ascensión de Cristo no significa una subida física al cielo estelar, ¿por qué entonces San Lucas la describió así? ¿Qué pretendía decir? Para dar respuesta a esto tenemos que comprender una serie de datos acerca del estilo y género literario de la literatura antigua.

La ascensión, ¿fue visible o invisible?

En primer lugar constatemos el hecho de que es Lucas el único que narra el acontecimiento de a ascensión en términos de una ocultación palpable y de un desaparecer visible de Cristo en el cielo, cuarenta días después de la Resurrección. Marcos sólo dice: «El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios» (16, 19). Sabemos que el final de Marcos (16, 9-20) es un añadido posterior y que este fragmento depende del relato de Lucas. Mateo no conoce ninguna escena de ocultamiento de Jesús; termina así su evangelio: «Jesús les dijo: se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra... Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos» (28, 18-20). Para San Mateo, Jesús ya ascendió al cielo al resucitar. El que dice «todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra» ya ha sido investido de ese poder; ya está a la derecha de Dios en los cielos. Para San Juan la muerte de Jesús significó ya su pasar al Padre (Jn 3, 13): «Dejo el mundo y voy al Padre» (16,28). Cuando dice: «Recibid el Espíritu Santo», según la teología de Juan eso significa que Jesús ya está en el cielo y envía desde allá su Espíritu (Jn 7, 39; 16, 7). Para Pablo la resurrección significaba siempre elevación en poder junto a Dios (Rom 1,3-4; Flp 2, 9-11). Pedro habla también de Jesucristo «que subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios» (1 Pe 3, 22). 1 Tim 3, 16 habla de su exaltación a la gloria.

En todos estos pasajes la ascensión no es un acontecimiento visible para los apóstoles, sino invisible y en conexión inmediata con la resurrección. Esta perspectiva que contemplaba conjuntamente resurrección y ascensión se mantuvo, a pesar del relato de Lucas, hasta el siglo IV, como atestiguan los Padres como Tertuliano, Hipólito, Eusebio, Atanasio, Ambrosio, Jerónimo y otros. San Jerónimo, por ejemplo, predicaba: «el domingo es el día de la resurrección, el día de los cristianos, nuestro día. Por eso se llama el día del Señor, porque en este día Nuestro Señor subió, victorioso, al Padre» (Corpus Christianorum, 78,550).

De igual manera la liturgia celebró hasta el siglo V como fiesta única la pascua y la ascensión. Sólo a partir de entonces, con la historificación del relato lucano, se desmembró la fiesta de la ascensión en cuanto fiesta propia.

El sentido de la ascensión era el mismo que el de la resurrección: Jesús no fue revivificado ni volvió al modelo de vida humana que poseía antes de morir. Fue entronizado en Dios y constituido Señor del mundo y juez universal, viviendo la vida divina en la plenitud de su humanidad.

Y aquí se Impone la pregunta: si la ascensión no es ningún hecho narrable sino una afirmación acerca del nuevo modelo de vivir de Jesús junto a Dios, ¿por qué Lucas la transformó en una narración? Finalmente, ¿estaba él interesado en comunicar sobre todo hechos históricos externos? ¿o es que a través de semejante narración nos quiere transmitir una comprensión más profunda de Jesús y de la continuidad de su obra en la tierra? Creemos que esta última pregunta ha de transformarse en una respuesta.

La ascensión, esquema literario

Veamos en primer lugar los textos. Al final de su evangelio nos cuenta: «Condujo a los discípulos cerca de Betania y alzando las manos, los bendijo. Y sucedió que mientras los bendecía se separó de ellos y era elevado al cielo. Y ellos, después de postrarse ante él volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios» (24, 50-53).

En los Hechos se nos cuenta: «Y dicho esto, se elevó mientras ellos miraban y una nube lo ocultó a sus ojos. Y según estaban con los ojos fijos en el cielo mientras él partía, he aquí que se presentaron ante ellos dos varones con vestiduras blancas que les dijeron: Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús elevado de entre vosotros al cielo volverá tal como lo habéis visto ir al cielo» (1,9-11).

En estos dos relatos se trata realmente de una escena de ascensión visible y de ocultamiento. Escenas de ocultamiento y de ascensión no eran desconocidas en el mundo antiguo greco-romano y judío. Era una forma narrativa de la época para realzar el fin glorioso de un gran hombre. Se describe una escena con espectadores; el personaje famoso dirige sus últimas palabras al pueblo, a sus amigos o discípulos; en ese momento es arrebatado al cielo. La ascensión se describe en términos de nubes y oscuridad para caracterizar su numinosidad y transcendencia.

Así, por ejemplo, Tito Livio en su obra histórica sobre Rómulo, primer rey de Roma, narra lo siguiente: Cierto día Rómulo organizó una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para arengar al ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya no se encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo. El pueblo al principio quedó perplejo; después comenzó a venerar a Rómulo como nuevo dios y como padre de la ciudad de Roma («Livius», I,16). Otras ascensiones se narraban en la antigüedad, tales como las de Heracles, Empédocles, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Todas siguen el mismo esquema arriba expuesto.

El Antiguo Testamento cuenta el arrebato de Elías descrito por su discípulo Eliseo (2 Re 2, 1-18) y hace una breve referencia a la ascensión de Henoc (Gen 5, 24). Es interesante observar cómo el libro eslavo de Henoc, escrito judío del siglo primero después de Cristo, describe la «ascensio Henoch»: «Después de haber hablado Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la tierra que envolvió a todos los hombres que estaban con Henoc. Y vinieron los ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los cielos. Dios lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre. Desapareció la oscuridad de la tierra y se hizo la luz. El pueblo asistió a todo pero no entendió cómo había sido arrebatado Henoc al cielo. Alabaron a Dios y volvieron a casa los que tales cosas habían presenciado» (Lohfink, G., «Die Himmelfahrt Jesu», 11-12).

Los paralelos entre la narración de Lucas y las demás narraciones saltan a la vista. No cabe duda de que el paso de Jesús del tiempo a la eternidad, de los hombres a Dios, está descrito según una historia de ocultamiento, forma literaria conocida y común en la antigüedad. No que Lucas haya imitado una historia de ocultamiento anterior a él. Hizo uso de un esquema y de un modelo narrativo que estaban a su disposición en aquel tiempo.

Nosotros hacemos lo mismo cuando en la catequesis empleamos el sicodrama, el teatro o aun el género novelístico para comunicar una verdad revelada y cristiana a nuestros oyentes de hoy. Al hacerlo nos movemos dentro de un esquema propio de cada género sin que con ello perdamos o deformemos la verdad cristiana que pretendemos comunicar o testimoniar. La Biblia está llena de recursos como éste. Nos alargaríamos si quisiéramos presentar más ejemplos. Existe una amplia literatura científica y de divulgación referente a este asunto.

Como conclusión podemos mantener que la verdad dogmática de que «Cristo subió al cielo» (1 Pe 3,22) o que «fue exaltado a la gloria» (1 Tim 3, 16) fue historificada muy probablemente por el mismo Lucas.

¿Qué quiso decir Lucas con la ascensión?

Por qué historificó Lucas la verdad de la glorificación de Jesucristo junto a Dios? Analizando su evangelio descubrimos en él no sólo un gran teólogo sino también un escritor refinado que sabe crear la «punta» en una narración y sabe cómo comenzar y concluir de forma perfecta un libro. En ese sentido se entienden las dos narraciones de la ascensión, una al concluir el evangelio y otra abriendo los Hechos de los Apóstoles.

En cuanto conclusión del evangelio cobra una gran fuerza de expresión porque utiliza un género que se prestaba exactamente para exaltar el fin glorioso de un gran personaje. Jesús era mucho mayor que todos ellos pues era el mismo Hijo de Dios que retornaba al lugar del que había venido, el cielo. A eso le añade motivos más que destacan quién era Jesús: en el Evangelio lucano Jesús nunca había bendecido a los discípulos; ahora lo hace; nunca había sido adorado por ellos y ahora es adorado por vez primera. Queda así claro que con su subida al cielo la historia de Jesús alcanzó su plena perfección; con la ascensión los discípulos comprenden la dimensión y profundidad del acontecimiento.

Pero, ¿por qué se relata la ascensión dos veces y con formas diversas? En los Hechos, además de los motivos literarios presentes en el evangelio lucano, entran también motivos teológicos. Sabemos que la comunidad primitiva esperaba para pronto la venida del Cristo glorioso y el fin del mundo. En la liturgia recitaban con frecuencia la oración «Marana tha», ¡Ven Señor! Pero el fin no llegaba. Cuando Lucas escribió su evangelio y los Hechos, la comunidad y principalmente Lucas, se dan cuenta de ese retraso de la Parusía. Muchos fieles ya habían muerto y Pablo había extendido la misión Mediterráneo adelante. Esto exigía una aclaración teológica: ¿Por qué no ha llegado el fin? Lucas intenta dar una respuesta a esa cuestión angustiosa y frustradora.

Ya en su evangelio reelabora los pasajes que hablaban muy directamente de la próxima venida del Señor. Así, cuando el Jesús de Marcos dice ante el Sanedrín: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (14,62), Lucas hace decir a Jesús únicamente: «Desde ahora, el Hijo del Hombre estará a la derecha del poder de Dios» (22,69).

Para Lucas la venida de Cristo y el fin del mundo ya no son inminentes, aprendió la lección de la historia y ve en ello el designio de Dios. El tiempo que ahora se inaugura es el tiempo de la misión, de la Iglesia y de la historia de la Iglesia. Esa constatación, Lucas la pone en el frontispicio de los Hechos y se contiene igualmente en la narración de la ascensión de Jesús al cielo. Cristo no viene como esperaban; se va. Volverá otra vez un día, pero al fin de los tiempos.

Tal como dice acertadamente el exegeta católico Gerhard Lohfink, al que seguimos en toda esta exposición: «El tema de Hch 1, 6-11 (la ascensión) es el problema de la parusía. Lucas intenta decir a sus lectores: el hecho de que Jesús haya resucitado no significa que la historia haya llegado a su fin y que la venida de Jesús en gloria sea inminente. Por el contrario, la pascua significa exactamente que Dios crea un espacio y un tiempo para que la Iglesia se desarrolle, partiendo de Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los confines de la tierra. Por eso es erróneo quedarse ahí parado y mirar para el cielo. Sólo quien dé testimonio de Jesús ha entendido correctamente la pascua. Jesús vendrá. ¿Cuándo? Eso es asunto reservado a Dios. La tarea de los discípulos está en constituirse ahora en el mundo en cuanto Iglesia» (53-54). En otras palabras eso es lo que Lucas intentó con el relato de la ascensión en los Hechos.

Comparando las dos narraciones, la del evangelio con la de los Hechos, se perciben notables diferencias. Las nubes y los ángeles del relato de Hechos no aparecen en el evangelio. En éste, Jesús se despide con una bendición solemne; en los Hechos ésta falta totalmente. Las palabras de despedida en el evangelio y en Hechos difieren profundamente. Esas diferencias se comprenden porque Lucas no pretendía hacer el relato de un hecho histórico. Quiso enseñar una verdad, como ya dijimos arriba, y a tal fin debían servir los diversos motivos introducidos.

La verdad del relato no está en si hubo o no bendición, en si Jesús dijo o no dijo tal frase, si aparecieron o no dos ángeles o si los apóstoles estaban o no estaban en el monte de los Olivos mirando al cielo. Quien busque este tipo de verdad no busca la verdad de la fe, sino únicamente una verdad histórica que hasta un ateo puede constatar. El que quiera saber si la historia de la ascensión de Jesús al cielo es verdadera, y eso es lo que intenta saber nuestra fe, deberá preguntar: ¿Es cierta la interpretación teológica que Lucas da de la historia después de la resurrección? ¿Es verdad que Dios ha dejado un tiempo entre la resurrección y la parusía para la misión y para la Iglesia? ¿Es cierto que la Iglesia en razón de esto no debe sólo mirar hacia el cielo sino también hacia la tierra?

Pues bien, ahora estamos en mejor situación para responder de lo que estaban los contemporáneos de Lucas, pues tenemos detrás de nosotros una historia de casi dos mil años de cristianismo. Podemos con toda seguridad y toda fe decir: Lucas tenía la verdad. Su narración sobre la ascensión de Jesús a los cielos en Hechos, además de interpretar correctamente la historia de su tiempo, era una profecía para el futuro; y se realizó y todavía se está realizando. Jesucristo penetró en aquella dimensión que ni ojo vio ni oído oyó (cfr 1 Cor 2, 9). El, que durante su vida tuvo poco éxito y murió miserablemente en la cruz, fue constituido por la resurrección en Señor del mundo y de la historia. Sólo es invisible pero no es un ausente.

Lucas lo dice en el lenguaje de la época: «se elevó mientras ellos miraban, y una nube lo ocultó a sus ojos» (Hch 1, 9). Esa nube no es un fenómeno meteorológico; es el símbolo de la presencia misteriosa de Dios. Moisés en el Sinaí experimenta la proximidad divina dentro de una nube: «Cuando Moisés subía a la montaña las nubes envolvían toda la montaña; la gloria de Yahvé bajó sobre el monte Sinaí y las nubes lo cubrieron por seis días» (Ex 25, 15). Era la proximidad de Dios. Cuando el arca de la alianza fue entronizada en el templo de Salomón se dice que «una nube llenó la casa de Yavé Los sacerdotes no podían dedicarse al servicio a causa de la nube, pues la gloria de Yahvé llenaba toda la casa» (1 Re 8, 10). La nube por consiguiente significa que Dios o Jesús está presente, aunque de forma misteriosa. No se le puede tocar y sin embargo está ahí, a la vez revelado y velado. La Iglesia es su signo-sacramento en el mundo, los sacramentos lo hacen visible bajo la fragilidad material de algunos signos, la Palabra le permite hablar en nuestra lengua invitando a los hombres a una adhesión a su mensaje que, una vez vivido, los llevará hacia aquella dimensión en la que él existe ahora, al cielo.

Todo esto está presente en la teología de la ascensión de Jesús al cielo. Esta es la verdad del relato que Lucas, hoy todavía, nos quiere transmitir, para que «nos postremos ante él, Jesús, y volvamos a nuestra Jerusalén llenos de una gran alegría» (cfr. Lc 24, 52).

Leonardo BOFF

miércoles, 16 de junio de 2010

JUSTICIA POR SIEMPRE



PARECE SER QUE A ESTA FOTO LOS MONOPOLIOS INFORMATIVOS LA HAN BLOQUEADO POR 10 DIAS Y YOUTUBE LA ACABA DE BLOQUEAR JUSTO HOY QUE LES HACEN EL ADN A LOS NOBLE, por las dudas hagamosla circular, no es solo por las Abuelas, tambien para los 400 nietos que buscamos, gracias.

jueves, 10 de junio de 2010

No Apartar a nadie de Jesús

Hola gente. Les comparto el comentario de José Antonio Pagola sobre el texto de Jesús en la casa de Simón. (Lucas 7, 36-8,3) Interesante para seguir descubriendo caminos para acercarnos a los marginados de hoy. Un abrazo


ECLESALIA, 09/06/10.- Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa. Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios.

Durante el banquete sucede algo que Simón no ha previsto. Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso.

Simón contempla la escena horrorizado. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartar rápidamente de Jesús.

Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego le invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús sólo le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Todos los evangelios destacan la acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos por casi todos de la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos... Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es sólo una: son los más necesitados de acogida, dignidad y amor.

Algún día tendremos que revisar, a la luz de este comportamiento de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia como si para nosotros no existieran.

No son pocas las preguntas que nos podemos hacer: ¿dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús? ¿a quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él? ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente? ¿Con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad? ¿Quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones?

martes, 8 de junio de 2010

La razón del matrimonio homosexual

Les comparto un material que salió publicado en el diario la Voz del Interior de Claudio Fantini. Aunque no soy fan de él, me parece interesante leerlo para seguir profundizando nuestras opiniones al hablar del tema de la homosexualidad. Un abrazo, Santi

"Los griegos inventaron el amor", afirma Jean-Pierre Vernant en uno de sus mejores libros sobre la historia helénica. Por las páginas de Los orígenes del pensamiento griego transitan la aparición del razonamiento científico en Mileto, la creación de la filosofía, el teatro, el deporte y, por cierto, la idea de la democracia que surge conjuntamente con la "polis".

¿Por qué le asigna también a ese lúcido pueblo de la antigüedad la invención del amor? Porque La Odisea es el primer libro en el que el vínculo fundamental entre un marido y su mujer es el amor. Ulises y Penélope son el primer matrimonio enamorado. Sostiene Vernant que, antes de la monumental obra de Homero, ningún libro fundamentaba el matrimonio en el amor. Ni siquiera los textos sagrados.

La gente se casaba para procrear y las uniones se acordaban entre clanes, tribus, estados o padres de los cónyuges. Que se amaran o no, sencillamente carecía de relevancia.

Resulta significativo que haya sido en Grecia donde, 10 siglos antes de Cristo, apareciera en la literatura el primer matrimonio enamorado. En definitiva, fue una de las más imponentes cunas del racionalismo. Y es precisamente la razón lo que, muchos siglos más tarde, terminará haciendo del amor el fundamento esencial del matrimonio.

A esta altura de la historia, que los padres pacten el casamiento de sus hijos, o que la mujer pueda ser comprada como esposa o que se una a niños en matrimonio, resulta injusto por ser irracional. La lógica de esta unión es el amor. Toda otra motivación que no contenga este elemento es ilógica e injusta.

Desde lo racional. Es por eso que, desde la racionalidad, no puede negarse a los homosexuales el derecho al matrimonio.

Por mucho que nos cueste entenderlo desde la heterosexualidad, es evidente que las personas del mismo sexo pueden amarse con tanta intensidad como las parejas heterosexuales. Que puedan vivir juntos hasta la edad en que se apaga el deseo de la carne prueba que, igual que en la heterosexualidad, esa relación trasciende la sexualidad. La historia está plagada de ejemplos, como el sufrimiento de Adriano por la muerte de su adorado Antínoo.

Las religiones otorgaron sacralidad al matrimonio incluso cuando era un contrato pactado por poder o por negocios. Algunas religiones bendicen hoy la poligamia y el casamiento entre niños. Ergo, la lógica religiosa no ha considerado al amor como vínculo fundamental. Por eso algunas religiones se han opuesto durante tanto tiempo al divorcio. Como si la extinción del amor o su inexistencia no fueran razón suficiente para disolver el vínculo.

Minoría maltratada. El concepto aristotélico de justicia, como "igualdad de los hombres en lo que son iguales y desigualdad en lo que son desiguales", suele ser utilizado por quienes se oponen a que la unión entre personas del mismo sexo reciba el nombre de matrimonio. Sin duda, una definición imponente y esclarecedora en lo referido a los derechos políticos y sociales de las personas, pero a la hora de aplicarse a cuestiones como el matrimonio, conviene leerla con la lente de Cicerón, el jurista que explicó en la antigua Roma la finalidad de la justicia como el deber de "dar a cada cual lo que merece".

¿Quiénes merecen la concesión del matrimonio? ¿Los heterosexuales o los que se aman?

A Pierre-Joseph Proudhon, el anarquismo no le restaba lucidez ni un profundo sentido de justicia; por eso vale tener en cuenta que haya definido "lo justo" como "el respeto espontáneo y mutuamente garantizado de la dignidad humana, cualquiera sea la persona a la que se refiera; en cualesquiera circunstancias, y sean los que fueren los riesgos a que su defensa pueda exponernos".

Es cierto que, con tantos milenios de existencia dedicada exclusivamente a definir la unión heterosexual, la palabra matrimonio puede no ser la más adecuada para llamar a la unión civil entre personas del mismo sexo. ¿Qué cambia para los homosexuales que su vínculo reciba ese u otro nombre?

Es una pregunta interesante. Probablemente, la obstinación de los homosexuales al reclamar esa palabra, además por cierto de los derechos que implica, tenga que ver con la necesidad de un resarcimiento de quienes padecieron una larga historia de segregación y humillaciones.

La comunidad gay ha sido y es una minoría maltratada. Prácticamente hasta nuestros días, los usos y costumbres permiten tratarla con palabras insultantes. Siempre estuvo permitido referirse a los homosexuales usando desde calificaciones como "enfermos" y "pervertidos" hasta términos vulgares y crueles.

Además, si es por la antigüedad de la palabra matrimonio, entonces hoy debiera utilizarse sólo para las uniones negociadas por dinero, poder o política, ya que el amor como vínculo fundamental en la pareja es un estadio al que arribó el racionalismo, antes que la religión, recién en los últimos siglos. Aunque en la literatura, Ulises y Penélope se hayan adelantado dos mil años.

sábado, 5 de junio de 2010

Película: "Mentes que brillan"




FICHA TÉCNICA

· Título (castellano y original )
CASTELLANO: Mentes que brillan
ORIGINAL: Lithle man tate
· Dirección: Jodie Foster
· Producción: Scott Rudin – Peggy Rajki
· Año de producción: 1.991
· Duración: 1: 40 minutos
· Guión: Scott Frank
· Fotografía: Mike Southon
· Montaje: Adam Hann Byrd
· Música: Mark Isham
· Intérpretes: Jodi Foster – Daianne Weist – Alex Lee
· Editora: Orion picture – LK TEL Televideo La Rio

ACTIVIDADES

1) ¿Cuál es el conflicto principal de la historia?
2) ¿Qué personajes tienen el rol protagónico?
3) Nombra por lo menos tres personajes secundarios.
4) ¿Qué sentimiento o sentimientos hacen de hilo conductor de la historia?
5) ¿Qué simboliza el lirio blanco en la pintura de Vincent Van Gogh y en lacama de Jane?
6) ¿Cómo es visto Fred en la escuela?
7) ¿ Cómo es visto Fred en la Universidad ’?
8) Actualmente, en tu escuela ¿Existe el prejuicio de que la habilidad para lamatemática es sinónimo de inteligencia?
9) Relaciona la situación que vive Fred con sus compañeros de escuela, con losamigos del barrio, con alguna situación que hayas vivido.
10) Compara la intervención de tu maestra en situaciones de burla con la de lamaestra de Fred.
11) El sentirse apartado, discriminado. ¿Puede llevar a una reacción violenta?
12) Busca información sobre la masacre de Carmen de Patagones. ¿Hay puntos encomún con la película?
13) En el final del film los tres personajes protagonistas alcanzan unequilibrio en su relación, en qué se basa esta armonía.
14) Imita a los personajes e intenta accionar para lograr bienestar en tugrupo. ¿Por dónde empezarías?
15) En tu familia, en tu barrio, en tu país. ¿Se toleran las diferencias ?.¿Setrabaja para no discriminar?


ANÁLISIS

Fred no es el único niño genio que vas a conocer, buscá en la biblioteca detu escuela el cuento” Funes el memorioso “de Jorge Luis Borges.

a) Leelo y contesta.
b) ¿Cuál es la habilidad extraordinaria de Irineo Funes?
c) ¿En qué se asemeja a Fred?
Enumera por lo menos tres similitudes.
d) ¿En qué se diferencian Fred e Irineo?
Enumera por lo menos tres diferencias.
e) ¿Cuál es la diferencia con respecto al relator entre el cuento y el film?
f) En la película escuchaste jazz y música clásica con qué musicalizarías aFunes el memorioso

PROPUESTA FINAL PARA EL GRUPO

- Crear un film cuyo guión se base en Funes el memorioso.
- Investiguen quiénes participan en el armado de una película (director,asistente de dirección, guionista, musicalizadotes, actores etc…)
- Distribuyan los roles y ...
¡ A filmar !

BIBLIOGRAFÍA

· Aguared, Ignacio y Contín, Silvia ( 2.002) Jóvenes, aulas y medios decomunicación.Propuestas y prácticas mediáticas para el aula, Buenos Aires,Ciccus- La Crujía. Capítulo 1.
· De la Torre,Saturnino( 1.998) Cine para la vida. Formación y cambio en el cine, Barcelona, Octaedro.
· APUNTE: Las sociedades a través del tiempo. El mundo antiguo.
· Larousse Universal.Diccionario enciclopédico en VI volúmenes .Larousse(1.980)
· Borges, Jorge Luis, Funes el memorioso .Artificios .Buenos Aires,Sudamericana.




¿Ordenó Jesús amar a los enemigos?

Por Ariel Álvarez Valdés (Teólogo)

¡De no creerlo!

Uno de los sermones más revolucionarios y exigentes pronunciados por Jesús, es el llamado “Sermón de la Montaña” (Mateo 5-7).

Ante sus atónitos oyentes, ese día dijo entre otras cosas que con sólo mirar se puede cometer adulterio (5, 27-28); que decirle “imbécil” a alguien equivale a matarlo (5, 21-22); que si nos hacen el mal, no debemos ofrecer resistencia (5, 38-39). Quizás en ninguna otra parte, como aquí, Jesús resume el elevado ideal que supone el cristianismo.

Pero el asombro llega ya al colmo, cuando al promediar su sermón el Señor exclama: “Han oído ustedes que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos, y rueguen por los que los persigan” (5, 43-44).

Si no lo hubiera dicho Jesús nos parecería ridículo y absurdo. Aún así, cuesta creer que hable en serio. En efecto, ¿es posible mandar el amor? ¿Alguien puede ordenarnos sentir afecto por otro? Si la inclinación cariñosa hacia una persona es espontánea e involuntaria, ¿cómo Jesús puede obligarnos a ello? Y peor todavía: ¿cómo amar a alguien que es nuestro enemigo?

El amor sexual

Para evitar conclusiones equivocadas, es necesario averiguar qué quiso decir Jesús, y así sabremos qué es lo que en realidad exigió a sus seguidores cuando ordenó amar a los enemigos.

Todo el problema radica en que, en castellano, usamos siempre el único y mismo verbo “amar”, cualquiera sea el amor o sentimiento al que nos queramos referir. Mientras que en la lengua griega, en que fueron compuestos los Evangelios, existen cuatro verbos distintos para decir “amar”, cada uno con un sentido diferente.

En primer lugar tenemos el verbo erao (de donde deriva la palabra “eros” y el adjetivo “erótico”). Significa “amar” pero en sentido sexual. Se lo emplea siempre para referirse al afecto pasional, a la atracción mutua del hombre y la mujer en su aspecto espontáneo e instintivo. Alude, pues, al amor placentero.

Por ejemplo, en el libro de Ester se dice: “el rey Asuero amó (erao) a Ester más que a las otras mujeres de su corte” (2, 17). Y en el libro del profeta Ezequiel se lee: “Por haber hecho esto, voy a reunir a todos los que te amaron (erao) y con los cuales gozaste, y descubriré tu desnudez delante de ellos” (16, 37).

Este verbo se emplea, pues, en griego, para describir al amor romántico y carnal.

El amor familiar

Otro verbo griego que significa amar es stergo. Indica el amor familiar, el cariño del padre por su hijo, o del hijo hacia su padre.

Platón, por ejemplo, decía: “El niño ama (stergo) a quienes lo han traído al mundo, y es amado por ellos”. Otro escritor griego, Filemón, expresaba: “Un padre es dulce para su hijo, cuando es capaz de amarlo (stergo)”.

También en la Biblia aparece este verbo. San Pablo en su carta a los romanos les pedía: “Tengan una caridad sin fingimiento, detestando el mal y uniéndose al bien; y ámense (stergo) cordialmente los unos a los otros” (12, 10). Pablo usa a propósito este verbo, pues considera que los cristianos deben sentirse miembros de una misma familia.

Stergo, entonces, alude al amor doméstico, de familia, ese amor que no se merece porque brota naturalmente de los lazos del parentesco.

El amor de amigos

Un tercer verbo griego que se emplea para decir amar es fileo. Expresa el amor de amistad, el afecto cálido y tierno que se siente entre dos amigos. En castellano sería más apropiado traducirlo por “querer”. Así, cuando Lázaro, el amigo de Jesús, se enfermó, sus hermanas mandaron a decirle: “Señor, aquél a quien tú quieres (fileo) está enfermo” (Jn 11, 2). Y cuando María Magdalena no encuentra el cadáver de Jesús en la tumba, sale corriendo para buscar a Pedro y “al otro discípulo a quien Jesús quería (fileo)” (20, 2). Y el autor de la carta a Tito se despide: “Saluda a los que nos quieren (fileo) en la fe” (3, 15).

El verbo está tan relacionado con la acción de querer con amistad, que de él se desprendió la palabra filos (amigo), muy empleado en el Nuevo Testamento. Así, en la parábola del hijo pródigo, el hermano mayor le reclama a su padre: “Hace tantos años que te sirvo y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos (filos)” (Lc 15, 19). Y el mismo Jesús en la última cena al despedirse de sus apóstoles les dice: “Ustedes son mis amigos (filos) si hacen lo que yo les mando” (Jn 15, 14).

Vemos, entonces, que en griego se reserva generalmente la palabra fileo para el amor de camaradería, de amistad, el que de algún modo supone una respuesta, una retribución.

El amor caritativo

Queda el cuarto y último verbo, y es agapao. Se lo utiliza para el amor de caridad, de benevolencia, de buena voluntad; el amor capaz de dar y mantenerse dando sin esperar que se le devuelva nada. Es el amor totalmente desinteresado, completamente abnegado, el amor con sacrificio. De este verbo se deriva la palabra ágape (= amor de caridad).

Es el que usa san Juan cuando, al empezar el relato de la última cena, escribe: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos (agapao), los amó hasta el extremo” (13, 1). Y cuando Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también los he amado (agapao). Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9). Y cuando les recuerda a los apóstoles: “Nadie tiene mayor amor (agápe) que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

Según esta cuarta categoría de “amor”, no importa lo que una persona pueda hacer, o hacernos; no importa la forma en que nos trate, o si nos injuria u ofende. Siempre estará en nosotros la posibilidad de “amarla”, que no consiste en “sentir algo” por ella sino en “hacer algo” por ella, prestarle un servicio, brindarle una ayuda, aunque afectivamente no se lo sienta.

El amor de agapao no consiste en lo afectivo sino en lo efectivo. Es un amor racional y activo. Es el amor teológico. El amor total.

Pretenciosa pregunta

Como dijimos antes, para traducir al castellano estos cuatro verbos griegos tenemos una única palabra: amar. Esto hace que no siempre se capten las diferencias de cada uno.

Un ejemplo ya clásico, es el famoso episodio en el que Jesús resucitado se aparece a los apóstoles junto al lago de Tiberíades. Después de comer con ellos, preguntó a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tu sabes que te amo”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Luego volvió a interrogarlo: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús entonces le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Poco después le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro, entonces, se entristeció de que le preguntara por tercera vez, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Y Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-7).

Este relato esconde, en griego, un juego de palabras que resulta intraducible al castellano.

Una humilde respuesta

En efecto, cuando Jesús pregunta por primera vez a Pedro si lo ama, usa el verbo agapao. La frase sonó así: “Símon, ¿agapás me?” (v. 15). Pero Pedro le responde con fileo, y le dice: “Filo se”.

Es decir, Jesús le pregunta a Pedro si lo ama con el amor total, el amor de entrega y de servicio incondicional, el amor que compromete a fondo la vida sin esperar recompensa. Y Pedro, que días antes había traicionado al Señor, y se sabía débil e inmaduro, responde humildemente con el verbo fileo, menos pretencioso. No se siente capaz del amor supremo de agapao.

Cuando Jesús le hace por segunda vez la misma pregunta: “Símon, ¿agapás me?” (v. 16), Pedro adivina la insistencia de su Maestro, pero nuevamente responde con el verbo fileo.

Entonces Jesús, que nunca exige más allá de sus posibilidades a nadie, y que sabe esperar con paciencia el proceso de madurez de cada uno, pregunta por última vez, pero ahora en los términos que puede responder Pedro: con el verbo fileo. Y le dice: “Símon, fileis me?”. Entonces sí Pedro, aunque triste, se siente identificado en la pregunta, y en esos términos responde. Y Jesús lo acepta. Pero le predice que su amor no quedará allí. Que crecerá, madurará, y logrará el agapao requerido, pues un día llegará a dar su vida por el Maestro (Jn 21, 18-19).

Aunque sabemos que Jesús hablaba en arameo, el evangelista Juan puso este diálogo en su boca para dejarnos una preciosa lección.

Lo que manda el mandamiento

Volviendo a la frase de Jesús, cuando ordenó amar a los enemigos no utilizó el verbo erao, ni stergo, ni fileo sino agapao. Y con esta precisión, podemos descubrir mejor qué fue lo que quiso enseñar.

Jesús nunca pidió que amáramos a nuestros enemigos del mismo modo que amamos a nuestros seres queridos. No pretendió que sintiéramos el mismo afecto que sentimos por nuestro cónyuge, nuestros familiares, o nuestros amigos. Si hubiera querido esto, habría empleado otros verbos.

El amor que Jesús exige aquí es otro. Es el ágape. Y éste no consiste en un sentimiento, ni en algo del corazón. Si dependiera de nuestro afecto, no solamente sería una orden imposible de cumplir, sino además absurda, ya que nadie puede obligarnos a sentir afecto.

El ágape que Jesús pide consiste en una decisión, una actitud, una determinación que pertenece a la voluntad. Es decir que invita a “amar” inclusive en contra de los sentimientos que experimentamos instintivamente. El amor que ordena no obliga a sentir aprecio o estima por quien nos ha ofendido, ni devolver la amistad a quien nos ha agraviado o defraudado. No. Lo que pide es la capacidad de ayudar y prestar un servicio de caridad, si algún día nos necesita aquél que una vez nos ofendió.

Con tres ilustraciones

Con tres breves comentarios, el mismo Jesús se encarga de explicar, en el Evangelio de Lucas, el alcance del amor a los enemigos (6, 27-28).

En primer lugar dice: “Háganles el bien”. No sólo prohibe la venganza de las ofensas recibidas, sino que manda ayudarlos si alguna vez están en dificultades y necesitan de nosotros. Es lo que dice san Pablo: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber”. Y agrega citando al libro de los Proverbios: “Haciendo esto amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza” (Rom 12, 20). Se entiende que por el remordimiento y la turbación, puesto que él verá que es nues­tro enemigo mientras que nosotros no somos enemigos de él.

En segundo lugar pide: “Bendíganlos”. Y bendecir significa “decir bien”, “hablar bien” de alguien. No se trata, ciertamente, de mentir virtudes ajenas, ni de decir que alguien es bueno cuando en realidad es malo, ni de alabarlo cuando no se lo merece. Bendecir significa poder hablar bien de alguien que se lo merece y es justo hacerlo, aún cuando tenemos algo contra él o nos resulta antipático.

En tercer lugar agrega: “Recen por ellos”. Orar por alguien que lo necesita, aunque sea enemigo nuestro, es una manera de enviar a su corazón la gracia de Dios. Y nunca la gracia de Dios sobre nuestro enemigo puede resultar perniciosa para nosotros. Al contrario, nuestra oración lo beneficiará y tendremos, así, a alguien menos enemigo. Además, nadie puede rezar en favor de otro y seguir con el mismo resentimiento. Sucede algo en el interior del que reza que le impide sentir el rencor de antes.

Orar por alguien que nos ha ofendido es la forma más segura de empezar a sanar las heridas interiores. Es, pues, una manera de rezar también por nosotros.

Perdón y olvido

Queda por aclarar una última cuestión. Mucha gente se siente culpable porque perdona pero no olvida. Y cree que eso está mal, pero no puede evitarlo.

El perdón, ¿implica necesariamente el olvido? Para tranquilidad de los cristianos debemos decir que no, que no es necesario olvidar. Porque la memoria es una facultad que obra independientemente de nuestra voluntad. La prueba está en que muchas veces nos proponemos olvidar situaciones desagradables vividas, y no podemos. Y otras veces queremos recordar cosas y no lo logramos.

Por lo tanto, cuando una persona resulta ofendida, si tiene buena memoria o si la ofensa fue muy grande, posiblemente la recordará toda su vida, y no tiene la culpa. Por eso el perdón no supone necesariamente el olvido. Uno puede perdonar, y seguir recordando la ofensa. Puede disculpar un agravio, y evocarlo espontáneamente cada tanto a causa de su buena memoria.

Lo que sí no debe hacerse es traer a la memoria constantemente, y por propia voluntad, los recuerdos desagradables y las injurias sufridas, para mantenerlas vivas. Esa sería una manera enfermiza de recordar.

Iguales a su padre

¿Por qué razón los cristianos debemos tener amor por nuestros enemigos, actitud de servicio para nuestros ofensores, buena voluntad para con todos? Jesús lo explica: porque así nos pareceremos más a Dios. El actúa de esa forma. “El Padre que está en el cielo hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45).

Esta actitud de Dios puede resultarnos desconcertante. Incluso los judíos se sentían conmovidos e impresionados por la extraordinaria benevolencia que Dios demuestra tanto por los santos como por los pecadores. Una leyenda judía cuenta que cuando los egipcios, persiguiendo a los israelitas durante el éxodo, se hundieron en las aguas del Mar Rojo, los ángeles en el cielo entonaron cánticos de alegría. Pero Dios los hizo callar y les reprochó con tristeza: “La obra de mis manos acaba de perecer ahogada en el mar, ¿y ustedes me cantan un himno de alabanza?”.

Pero el amor de Dios es así de universal. Su auxilio, su disponibilidad, su protección, son para todos los hombres, sean creyentes o ateos, sea que lo amen o lo ofendan. Y así también debe ser nuestro amor. Es el único modo de volvernos semejantes a él.

ADÁN Y EVA: ¿ORIGEN DEL HOMBRE O DENUNCIA SOCIAL?

ADÁN Y EVA: ¿ORIGEN DEL HOMBRE O DENUNCIA SOCIAL?

ARIEL ÁLVAREZ VALDÉS

• Darwin y el Génesis:

Según la Biblia, Dios formó a Adán, el primer hombre, con barro del suelo. De una costilla suya hizo a Eva, su mujer. Y luego los colocó en medio de un paraíso fantástico. Ambos vivían desnudos sin avergonzarse, y Dios, por las tardes, solía bajar a visitarlos y a charlar con ellos (Génesis 2).
La ciencia moderna ha demostrado que el hombre ha ido evolucionando a partir de seres inferiores, desde el Australopitecus, hace unos tres millones de años, pasando por el homo hábilis , el homo erectus y el homo sapiens, hasta llegar al hombre actual.
Hoy sabemos, pues, que el hombre no fue formado ni de barro ni de una costilla; que al principio no hubo una sola pareja sino varias; y que los primeros hombres eran primitivos, no dotados de sabiduría ni de perfección.
¿Por qué, entonces, la Biblia relata de esta manera la creación del hombre y de la mujer? Sencillamente porque se trata de una parábola, de un relato imaginario que pretende dejar una enseñanza a la gente.
Lo compuso un anónimo catequista hebreo, a quien los estudiosos llaman el "yahvista", alrededor del siglo X a.C. En aquel tiempo no se tenía ni idea de la teoría de la evolución. Pero como su propósito no era el de dar una explicación científica sobre el origen del hombre sino el de proveer un acercamiento religioso a él, eligió esta narración en la cual cada uno de los detalles tiene un mensaje religioso, según la mentalidad de aquella época. Trataremos ahora de averiguar qué quiso enseñarnos el autor con este relato.

• La creencia popular: Un Dios alfarero

El primer detalle que llama la atención es que el texto afirme que el hombre fue creado del barro. Dice el Génesis que en el principio, cuando la tierra era aún un inmenso desierto, "Yahvé Dios amasó al hombre con polvo del suelo, y sopló sobre sus narices aliento de vida; y resultó el hombre un ser vivo" (v.7).



Para entender esto, hay que tener en cuenta que a los antiguos siempre les había llamado la atención ver que poco tiempo después de muerta una persona, se convertía en polvo. Esta observación les llevó a imaginar que el cuerpo humano estaba fundamentalmente hecho de polvo. La idea se extendió por todo el mundo oriental, a tal punto que la encontramos manifiesta en la tradición de una mayoría de pueblos. Los babilonios, por ejemplo, contaban cómo sus dioses habían amasado con barro a los hombres; y los egipcios representaron en las paredes de sus templos a la divinidad amasando con arcilla al Faraón. Griegos y romanos compartían igualmente esta opinión.
Cuando el escritor sagrado quiso contar el origen del hombre, se basó en aquella misma creencia popular, pero agregó una novedad a su relato: el ser humano no es únicamente polvo: posee en su interior una chispa de vida que lo distingue de todos los demás seres vivos, porque al venirle de Dios, lo convierte en sagrado. Y no sólo sucede esto al rey o al Faraón, sino también al hombre de la calle, Eso quiso decir cuando contó que Dios "le sopló en la nariz". Empezaba, así a revolucionarse la concepción antropológica de la época.

• Una imagen con carrera

La imagen de un Dios alfarero, de rodillas en el suelo amasando barro con sus manos y soplando en las narices de un muñeco, puede resultarnos algo extraña. Sin embargo, en la mentalidad de aquella época era todo un homenaje para Dios.
En efecto, de todas las profesiones conocidas en la sociedad de entonces, la más digna, la más grandiosa y perfecta era la del alfarero. Cómo impresionaba ver a ese hombre que, con un poco de arcilla despreciable y sin valor, que podía hallar tirada en cualquier parte, era capaz de moldear y de crear con gran maestría preciosos objetos: vajillas, vasos refinados y exquisitos utensilios.
El yahvista, sin pretender enseñar científicamente cómo fue el origen del hombre, puesto que no lo sabía, quiso indicar algo más profundo: que todo hombre, quienquiera que sea, es una obra directa y especialísima de Dios. No es un animal más de la creación, sino un ser superior, misterioso, sagrado e inmensamente grande, porque Dios en persona se tomó el trabajo de hacerlo.
La imagen del Dios Alfarero quedó consagrada en la Biblia como una de las mejor logradas. Y a lo largo de los siglos reaparecerá muchas veces para indicar la extrema fragilidad del hombre y su total dependencia de Dios, como en la célebre frase de Jeremías: "Como el barro en las manos del alfarero, así son ustedes en mis manos, dice el Señor" (18,6).

• La soledad del hombre

A continuación aparece en el relato una serie de pormenores curiosos y muy interesantes. Dice que Dios colocó al hombre que había creado en un maravilloso jardín, lleno de árboles que le darían sombra y lo proveerían de sabrosas frutas (v.9). El agua sobreabundaba en ese jardín, ya que estaba regado por un inmenso río, con cuatro grandes brazos.
Como la vida de los lectores de aquella época transcurría en terrenos desérticos donde el agua resultaba tan difícil de conseguir, semejante descripción despertaba sus apetencias y daba una imagen perfecta de la felicidad que ellos habrían deseado gozar.
Pero de repente el relato se detiene. Algo parece haber salido mal. Dios mismo presiente que no es muy bueno lo que ha hecho: "No es bueno que el hombre esté solo" (v.18). Aun a pesar de todo el derroche de creación que desplegó, su creatura está solitaria y sin poder colmar sus expectativas. Lo ha rodeado de lujos y bienestar, pero el hombre no tiene a nadie con quien relacionarse.

• Compañías inadecuadas

Ante esta circunstancia, dice el Génesis, Dios busca corregir la falla mediante una nueva intervención suya. Con gran generosidad crea todo tipo de animales, los del campo y las aves del cielo, y se los presenta al hombre para que ponga a cada uno un nombre y le sirvan de compañía (v.19). Sin embargo, no encuentra un compañero adecuado para el hombre. Tampoco los animales resultan una compañía ideal para él (v.20). ¿Dios se ha equivocado de nuevo?
Luego de reflexionar, intentará subsanar su segunda equivocación mediante una obra definitiva: Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Le quitó una de las costillas, y rellenó el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Será llamada varona porque del varón ha sido tomada" (v. 21-23).
Finalmente, Dios tiene éxito. Puede sonreír satisfecho porque ahora sí ha conseguido un buen resultado. El hombre encontró su felicidad con la presencia de la mujer.

• Los tres mensajes: Las enseñanzas de este relato son profundas:

Estas ingenuas y pueriles escenas que presentan a Dios aparentemente equivocándose y sin terminar de complacer los gustos del hombre, en verdad encierran tres profundas enseñanzas.
La primera: que la soledad del hombre no es buena. Que no ha sido creado como un ser autónomo y autosuficiente, sino necesitado de los demás, de otras personas que lo complementen en su vida, sin ellas el mismo hombre "no es bueno". Con aquel hipotético y solitario Adán, el autor quiso denunciar que la primera y principal amargura del ser humano es su falta de compañía, su vida aislada, sin ser compartida con nadie.
La segunda enseñanza está en la frase que dice que en los animales Adán "no encontró una ayuda adecuada". Quiso con ella advertir que los animales no están al mismo nivel que el hombre; que no tienen su misma naturaleza; y por lo tanto no estaba bien que éste se relacionara con aquéllos como lo hacía con las personas. De este modo, con mucha finura y delicadeza, el autor condena el pecado de "bestialismo", es decir, las posibles prácticas sexuales con animales, que en aquel entonces se hallaban difundidas en ciertos ambientes del antiguo Oriente.
La tercera enseñanza pretende explicar que está bien para el hombre dejar a su padre y a su madre, afectos tan sólidos y estables en aquella época, para unirse a una mujer. Porque esa misteriosa tendencia que todo hombre siente hacia ella la puso Dios, y sólo con ella el hombre encuentra su plenitud. Es el primer canto de la Biblia al amor conyugal.

• Por qué nombrar a los animales

También la escena en la que desfilan todas las especies de animales frente a Adán mientras éste pasa lista, los individualiza, les hace su ficha y les da nombres propios, tenía un sentido profundo para los lectores de aquella época.
"Poner nombre" en la Biblia quiere decir "ser dueño de". En efecto, en el antiguo Oriente, el nombre no es un mero título, sino que representa al ser mismo de la cosa. Y conocer el nombre de alguien para poder nombrarlo equivalía a tener poder sobre él.
Por eso dice la Biblia que al crear Dios el mundo en seis días fue poniendo un nombre a cada cosa: "día", "noche", "cielos", "tierra". Asimismo en la familia eran los padres quienes debían poner el nombre a sus hijos, como señal de propiedad. Y entre los diez mandamientos, había uno que mandaba precisamente "no tomar el nombre de Dios en vano", para evitar emplearlo como señal de dominación. Aún hoy los judíos no se atreven a mencionarlo, para no mostrar supremacía y poder sobre Dios.
Pintar, pues, a Adán poniendo nombres a todos los animales es lo mismo que decir que él es dueño de ellos, que está por encima de todos, que le pertenecen y están a su servicio. Un modo de confesar que el hombre es rey y por lo tanto responsable de la creación.

• ¿Por qué hace dormir al hombre?

Otro detalle fascinante es el profundo sueño que Dios hizo caer sobre Adán antes de crear a la mujer. Muchos lo interpretan como una especie de anestesia preparatoria, ya que Dios está por intervenir quirúrgicamente a Adán para extraerle una costilla, y quiere primero volverlo insensible.
Pero nuestro autor entendía muy poco de medicina, y sería un desatino imaginarlo aquí anticipándose en tantos siglos a esta práctica de la cirugía moderna. Más bien el sueño de Adán tiene que ver con la concepción que el autor tenía de la acción creadora. Crear es el secreto de Dios. Solo Dios lo conoce y solo Él sabe hacerlo. El hombre no puede presenciar el acto de creación de Dios. Por eso duerme cuando Dios crea. Al despertar, no sabe nada de lo que ha pasado. La mujer recién creada tampoco, porque cuando se da cuenta de que existe, ya ha sido formada.
Con esta escena la narración advierte que la actuación de Dios en el mundo es invisible para los ojos humanos. Sólo quien tiene fe puede descubrirla. Nadie logra contemplar a Dios que pasa por su vida, si está dormido y no despierta a la fe.

• Un hombre y una mujer: Eva y la costilla

Pero el momento culminante de la narración y de alguna manera el centro de todo el relato, lo constituye el detalle de la mujer formada de la costilla de Adán.
Nuestro autor emplea aquí una bellísima imagen para dejar a los lectores una lección grandiosa. Para crear a la mujer, Dios no tomó un hueso de la cabeza del hombre, pues ella no está destinada a mandar en el hogar; pero tampoco la hizo de un hueso del pie, porque no está llamada a ser la servidora del hombre. Al decir que la crea de su costilla, es decir, de su costado, la coloca a la misma altura que el varón, en su mismo nivel y con idéntica dignidad.
Tal atrevimiento de declarar a la mujer semejante al varón, debió de haber irritado enormemente a sus contemporáneos, y sin duda constituyó una idea revolucionaria en su época.

• ¿Por qué andaban desnudos?

El relato termina con un último detalle sugestivo: "Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban el uno del otro" (v.25). Más adelante, cuando se desate el drama del pecado original sobre Adán y Eva, dirá: "Entonces se les abrieron a ambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos" (3,7).
Esta alusión alimentó la imaginación de millones de lectores a lo largo de los siglos, y llevó a pensar que el pecado original tenía que ver con el sexo. Pero en realidad el autor con esta observación sólo buscaba transmitir un último mensaje a sus lectores, basado en la experiencia cotidiana. En ella veía cómo los niños pequeños andaban desnudos sin avergonzarse. En cambio al entrar en la pubertad, percibían su desnudez y se cubrían. Ahora bien, esa época coincidía con la edad en la que todos toman conciencia del bien y del mal, y son responsables de sus actos. El yahvista quiso decir que toda persona, al entrar en la adultez, es pecadora, y por lo tanto responsable de las desgracias que existen en la sociedad. Nadie puede considerarse inocente frente al mal que lo rodea, ni puede decir: "yo no tengo nada que ver". Por eso todos sienten vergüenza de su desnudez.
El autor buscó, así, establecer un vínculo entre la condición de pecador de todo hombre, y el fenómeno universalmente percibido de la desnudez (frecuente, además, en aquella época por el tipo de túnicas cortas que usaban los hombres). Esta vergüenza les debía servir como recordatorio de sus pecados.

• Un hombre y una mujer

La Biblia no enseña cómo fue el origen real del hombre y de la mujer, porque el escritor sagrado no lo sabía.
Pero, como vimos, tampoco le interesaba contar "cómo" apareció el hombre sobre la tierra, sino "de dónde" apareció. Y su respuesta es: de las manos de Dios.
El "cómo" deben explicarlo los científicos. El "de dónde" lo responderá la Biblia. Y a medida que pase el tiempo, los científicos podrán ir cambiando sus respuestas sobre "cómo" fue la aparición del hombre (si existió desde siempre como es hoy, si evolucionó de seres primitivos, si sus primeras partículas provienen de otras galaxias, etc.). La Biblia, en cambio, nunca cambiará su respuesta a "de dónde": de las manos de Dios, que estuvo dirigiendo ese proceso. Por esto no debemos temer que aparezcan nuevas visiones científicas. Porque la Biblia mantendrá invariable su mensaje: el hombre, frágil criatura de barro, es la obra maestra de Dios. Todo hombre es sagrado e irrepetible porque tiene un "soplo" de Dios. Él es el rey y el responsable de la creación. Y la mujer participa de la misma grandeza, jerarquía y dignidad que él.
Un tratado de alta teología no lo habría expresado mejor que esta narración de apariencia infantil.

Para reflexionar:

1) ¿Qué enseñan las teorías científicas actuales sobre el origen del hombre?

2) ¿Se oponen estas teorías a lo que enseña la Biblia? ¿Por qué?

3) ¿Qué quiso decirnos el autor bíblico al contar en el Génesis que el hombre es de barro pero que contiene un soplo de Dios? ¿Qué aplicación podemos sacar de ello para nuestra sociedad actual.

4) ¿Qué quiso decirnos el autor bíblico al contar en el Génesis que los animales no son una ayuda adecuada para el hombre? ¿Cómo podemos aplicar su enseñanza para nuestra vida?

5) ¿Qué quiso decirnos el autor bíblico al relatar que la mujer fue creada de la costilla del hombre? ¿Qué nos quiere enseñar la Palabra de Dios hoy?