martes, 4 de octubre de 2011

El Padrenuestro

Lucas 11, 1-4
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.»
El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación.»
Para reflexionar
• Jesús aparece orando "en cierto lugar". Jesús ora porque necesita ir a la raíz de su experiencia filial, porque necesita respirar el cariño de su Abbá. Y, desde esa raíz se encuentra con todo y con todos. Su acción despierta un deseo en los discípulos: "Señor, enséñanos a orar". Querían una fórmula. Jesús en cambio les ofrece la oportunidad de un diálogo, un lugar, una identidad, un estilo de vida. Querían aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús les presenta e inaugura una forma de orar inaudita.
• La oración judía oficial se realizaba en el templo; Jesús convierte el sitio donde se encuentra en “lugar, nuevo templo” posible, para la oración y el encuentro con Dios. Y por primera vez, ante la sorpresa de sus discípulos, hay quien se dirige a Dios con confianza filial: “Abba”. La oración de Jesús, manda al piso cualquier barrera que se pueda interponer ante la presencia de Dios. No hay lejanía entre Dios y las personas, cada uno se puede dirigir a Él directamente sin necesidad de intermediarios.
• Padre nuestro: con estas dos palabras nos lleva a penetrar en la intimidad divina y en un modo de ser frente a Dios. Al decir “Padre” llamo a Dios para que me engendre a su propia vida y al decir “nuestro” llamo, reúno y creo fraternidad entre todos los hombres.
• Al decir “Padre nuestro”, unido a la humanidad entera, me arrojo en los brazos de un Dios que quiere ser totalmente Padre y le pido nos abra a su acción re-creadora. Me gozo porque vuelve a tomar incansablemente la obra ya comenzada de su creación, porque su paternidad es siempre actual, deliberada, querida y nos recrea, nos remodela, nos hace recobrar el verdadero lugar de nuestra existencia.
• Al llamarlo Padre le pedimos para nosotros y para todos, que vivamos como hijos suyos, animados del amor de su Hijo. Para Lucas, rezar es un compromiso de vida, una manera de ser. Por eso la oración de Jesús es una acogida incondicional de la voluntad del Padre expresada en Lucas a través de cuatro peticiones esenciales: el reino, el pan, el perdón, la preservación en la tentación.
• Clamamos para que el Reino de justicia e igualdad, se haga efectivo aquí y ahora. La realización del Reino de Dios, tiene como consecuencia la posibilidad de una vida digna, en que sea factible el acceso al alimento de todos los días; y dónde se pueda experimentar a Dios en el perdón de las deudas, propio del año de gracia. Permanecer en ese ámbito de la gracia es el don que imploramos de un Dios que no nos abandona a una prueba superior a nuestras fuerzas en nuestro trabajo por hacer presente el reino.

Para rezar

Padre Nuestro Misionero

Padre nuestro, que estás en el Cielo
Padre de Jesús, tu Enviado,
Padre de todos los bautizados,
Padre de los que te ignoran,
Padre de los que te combaten,
Padre de todos los hombres.
Santificado sea tu nombre
En toda la tierra,
en todas las culturas y pueblos,
en todas las razas de la universal familia humana,
como lo ha santificado tu Hijo Jesús,
siendo fiel a tu proyecto sobre Él y sobre el mundo.
Venga a nosotros tu Reino
Sí, que tu Reino de alegría,
de servicio, de compartir con los demás,
reine en la vida de los que te conocen;
y que los que vivan ya del espíritu de tu Reino sin saberlo,
te descubran en el corazón de sus vidas.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo
En la tierra, danos tu mirada limpia
de los santos del Cielo,
para servirte con un corazón sin divisiones
y un amor a los hermanos
semejante al que tú nos tienes.
Danos hoy nuestro pan de cada día
El pan de cuerpo y del espíritu,
el pan de la comunión contigo
y danos el compartir generosamente nuestro pan
con todos nuestros hermanos,
sin excluir a nadie.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden
Las mías, lo mismo que las de mis hermanos.
Todas ellas juntas, son el obstáculo
para que tus planes sobre el hombre
y sobre el mundo se conviertan en realidad.
No nos dejes caer en la tentación
En ninguna tentación
y, sobre todo,
en la tentación contra la ESPERANZA
y contra la certeza de que Tú nos amas.
Líbranos del mal. Amén.

jueves, 22 de septiembre de 2011

NUEVOS TIPOS DE CREYENTES EN LA IGLESIA

Les comparto un material que elaboramos junto con Any para el Seminario Nacional de Catequesis. Espero que les guste
INTRODUCCIÓN:

El tiempo actual ha generado distintos tipos de creyentes que no responden al modelo de las autoridades y los escritos eclesiales católicos, y que por lo tanto, no son considerados por ambos como auténticos.
Por el contrario, se los considera y ellos mismos se sienten de segunda categoría, al comparárselos con aquellas personas que entran dentro del perfil al que responde el llamado “católico oficial ó práctico”.
Sin embargo, si echáramos una mirada al evangelio y a algunas prácticas de Jesús, podríamos concluir que esta actitud para con estos fieles no estaría de acuerdo a la práctica de Jesús con creyentes de su época, en similares situaciones.

En este trabajo pretendemos demostrar, a partir de la descripción de determinadas situaciones vividas por creyentes bautizados de la Iglesia Católica, que su modo particular de vivir la fe en la actualidad los coloca frente a las autoridades eclesiales y algunos creyentes que se definen a sí mismos como “oficiales “, en condiciones que consideramos no evangélicas y por lo tanto, inadecuadas.

Pretendemos mostrar que algunas de las formas que han ido adquiriendo las prácticas religiosas y la experiencia de fe de estos fieles no responden a los cánones oficiales dentro de la iglesia católica, y por lo tanto, se los considera en ella como “católicos de segunda”.

Conjuntamente intentaremos mostrar la inadecuación evangélica de la categoría a la que son marginados, en razón de su forma de vivir la fe, dado que muchas prácticas de Jesús para con fieles de su época (con estas mismas características: no responder al perfil oficial de la época) fue absolutamente la contraria.

LA POST-MODERNIDAD HA GENERADO UN NUEVO TIPO DE CREYENTES.

El tiempo actual, denominado por algunos estudiosos del mismo como POSTMODERNIDAD, o hablando también de manera “religiosa” el tiempo
“post-cristiano” tiene una serie de características que han afectado considerablemente muchas dimensiones del ser humano, entre ellas, su religiosidad y la forma de vivirla.







El descreimiento en las instituciones, la relativización de algunos valores y de ciertos elementos de la cotidianeidad, son algunos elementos que la post-modernidad ha introducido, creando, entre otras cosas, nuevas formas de ser creyentes, de relacionarse con la divinidad, y con la institución que media esta relación.

La Iglesia Católica no ha quedado al margen y ha sido afectada por algunos de estos elementos que mencionamos, en particular el desprestigio que en este tiempo sufren las instituciones, y fieles que se relacionan con ella de una manera nueva.

De esta forma, mucho de lo que provenga de ella institucionalmente es relativizado ó desvalorizado y no tenido en cuenta.
Esta desvalorización o desprestigio no ha sucedido solamente en ésta época, sino en muchas a los largo de la historia de la Iglesia.

Si nos situamos en la modernidad, por lo general el sujeto que desvalorizaba a la Iglesia institucional en particular, y a todo lo religioso en general, era el que se definía como ateo o agnóstico. Sin embargo, en este tiempo, muchos de los sujetos que critican, desvalorizan, desautorizan, y/o no tienen en cuenta las orientaciones y expresiones de fe que la Iglesia propone, son sus mismos fieles.

Estos fieles suelen definir su situación con frases tales como:

“Yo soy creyente, pero no me vengan a decir nada del Papa, los curas o las monjas”
“yo soy creyente, pero no quiero saber nada con la Iglesia”
“yo soy creyente, pero eso de ir a misa o confesarme no va conmigo”
“yo soy creyente, pero no me vengan a hablar de la castidad o del control natural de la natalidad, eso está perimido”

Estas frases nos permiten hablar de dos cosas: la afirmación de la fe, pero con nuevas vivencias.
Podríamos afirmar que la amalgama de estas situaciones ha ido configurando un nuevo tipo de creyente católico que puede definirse también con una frase muy repetida por quienes se inscriben en este nuevo estilo:
“Yo soy católico a mi manera”.

El perfil de creyente que podríamos delinear, a partir de estas características sería el siguiente:

a) son católicos que se definen como tales,
b) que dejan bien en claro su adhesión a la fe,
c) pero que se manifiestan críticos frente a ciertas expresiones o formas de la fe que han sido habituales hasta ahora: relación con la jerarquía, práctica de los sacramentos, adhesión a las orientaciones de la doctrina eclesial.
d) viven de otra manera la relación con la institución y sus demandas y orientaciones.



Podríamos abundar en muchas expresiones más, o situaciones (por ejemplo los creyentes que están en nuevas uniones) pero casi todas hablan de una forma particular de vivir la fe.
Debe quedar bien en claro que en ningún caso se habla de descreimiento o ausencia de fe, tampoco de gente que no se sienta católico.
El último documento de la Conferencia Episcopal Latinoamericana ha definido algunas de estas situaciones hablando de que muchos fieles “SE SIENTEN CATÓLICOS, PERO NO IGLESIA”

ESTA FORMA DE CREER NO RESPONDE A LOS CÁNONES PREVISTOS OFICIALMENTE POR LA IGLESIA CATÓLICA PARA SUS FIELES

Estas nuevas maneras de vivir la fe contrastan en la post-modernidad con lo que la modernidad consideraba como inamovible y / o absoluto: había una sola forma de creer, y una única y posible manera de integrar la comunidad católica y ser identificado como miembro de ella.

Podríamos afirmar que había una forma “oficial” de ser creyente, perfil que se ha mantenido hasta la actualidad, y que las autoridades eclesiales se resisten a transformar.

Los mismos fieles que se enrolan en las filas del nuevo perfil de creyente (descrito someramente arriba) pueden definir claramente cuál es el perfil oficial, porque ha sido gravado en sus conciencias desde que eran pequeños.

Una enfática catequesis sobre lo que le daba al creyente su identidad de católica remarcaba
a) estar bautizado, cumplir con todos los sacramentos (comunión, confesión, casarse por iglesia)
b) ir a misa todos los domingos y cumplir con los preceptos, saber todas las oraciones, mandamientos, de memoria. Tener interiorizada la doctrina.
c) regirse por la doctrina eclesial en todo lo que ella se pronuncia (divorcio, control de la natalidad, procreación asistida, ejercicio de la sexualidad etc.),
d) tener una clara y protagónica participación eclesial ( en la parroquia ) y
e) una adhesión explícita al párroco, al obispo y al Papa.
f) Ser devoto mariano, porque eso lo diferenciaba claramente de los protestantes


LAS NUEVAS FORMAS DE CREER SON CONSIDERADAS INAUTÉNTICA Y DE “SEGUNDA CATEGORÍA”

La mayoría de los creyentes que pueden describir a la perfección este perfil “oficial” y que son conscientes de que no responden a él, se han automarginado de la comunidad eclesial.
Fruto de esa insistente catequesis, sabedores de no responder a las características del “católico práctico u oficial”, no se sienten creyentes auténticos, y al compararse con estos supuestos “auténticos” se sienten inferiores o de segunda categoría.

Por su parte la Iglesia institucional y los fieles que se consideran como “católicos prácticos” (o que responden perfectamente al perfil oficial) se ha encargado de hacerles sentir la diferencia al no contemplarlos como destinatarios y/o protagonistas en sus actividades, con esta forma de vivir la fe.
La Iglesia no desconoce esta situación o esta forma de vivir la fe de muchos de sus fieles, pero todo su trabajo para con ellos es tratar de “convertirlos” en creyentes oficiales.

Se habla de “los que se han apartado de la madre Iglesia”, de los que “han abandonado los sacramentos”, de los que nunca participan de la vida parroquial, de los que “no van nunca a misa, ni se confiesan” con el solo propósito de volverlos al “redil”.

Hace ya décadas, los obispos vascos de España produjeron un documento donde hablaban de las características que la post-modernidad le había dado a la fe de algunos creyentes e incluían entre ellas la desvinculación eclesial, la no práctica de los sacramentos, el no seguir las orientaciones del magisterio de la Iglesia.

En nuestro país esto ha sido en algunos casos, estudiado y contemplado como una realidad dentro de los creyentes, pero con un sólo objetivo: NO para integrarlos a la comunidad eclesial con este perfil de creyentes, sino para “convertirlos” en creyentes “auténticos”: que vuelvan a la iglesia, a los sacramentos cotidianos (eucaristía y confesión) a someterse a las orientaciones del magisterio y del derecho canónico.

Paradójicamente, y a pesar de sentirse y saberse señalados como “de segunda” y automarginarse de la comunidad católica, esta “conversión” pretendida por las autoridades eclesiales es un camino al que la mayoría de estos creyentes “no prácticos” ya tienen claro que no han de volver, porque su perfil e identidad de creyente no es caprichoso sino que está fundado y ya se ha configurado de esta manera.

Los católicos que se autodenominan “prácticos” definen la posición de estos creyentes como “cómoda” o que la han adoptado para “aligerar” el peso de la religión en sus vidas. Como si uno de los mandatos de lo religioso fuese el ser un “peso” que nadie debe sacarse de encima.


Además de no considerarla caprichosa, muchos de quienes viven su experiencia de fe de esta nueva manera interpretan que su actual situación corresponde al haber evolucionado en su religiosidad, y volver a lo anterior sería como una especie de involución.

Por su parte, las autoridades eclesiales y los “católicos oficiales” perciben que estos creyentes han involucionado en su fe, y que deben ser puestos “en el camino correcto”.
Un reciente artículo leído sobre esta situación, habla de “la degeneración del sentimiento religioso” y describe las actuales tendencias de los fieles como “una degeneración del sentimiento religioso que, respecto a lo cristiano, puede considerarse una involución”

Llegados a este punto, y a partir de lo afirmado en los apartados anteriores, podemos concluir, en una primera instancia, que los creyentes católicos que viven la fe con las características que en ellos ha impreso este tiempo que vivimos, no son considerados como auténticos.
Esta discriminación va más allá, porque además, se los relega a ser una especie de “creyentes de segunda categoría” dentro de esta institución.

Esta exclusión es hecha en primer lugar, por muchas autoridades de la misma iglesia, en segundo lugar por muchos de aquellos que se consideran a sí mismos como los “católicos prácticos u oficiales”, e incluso por los mismos protagonistas de esta nueva manera de creer.


ESTA SITUACIÓN EN TIEMPOS DE JESÚS

En tiempos de Jesús, también había personas que eran marginadas religiosamente en razón de sus prácticas, por no responder a las pautas impuestas por los fariseos, escribas y sacerdotes, representantes de la “fe oficial de Israel”.

El pueblo de la Galilea, el pueblo de Jesús, era un pueblo muy religioso. Intentaban seguir todas las indicaciones de sus autoridades religiosas, pero algunas, para muchos, eran imposibles de concretar.

El pueblo era observante, pero no fanático. Era respetuoso de los escribas y sacerdotes, pero tenía sentido común. No dejaba que todas esas observancias perturbaran su vida, y cuando era necesario, no temían transgredir las normas enseñadas por ellos.
Por ejemplo, los discípulos de Jesús comían sin lavarse las manos (MC 7,2). En sábado la gente buscaba a Jesús para que los curase, sin atender a las advertencias del jefe de la sinagoga (Lc 13,14).
Dejar morir a los animales (que les daban el sustento) porque en sábado no se podía buscar ayuda o caminar hasta donde estaban para auxiliarlos, era un lujo que no se podían dar. De manera que quebrantaban la ley sabática para salvar su medio de vida (Mateo 12,9 y ss)

La pureza era sumamente importante, porque un impuro no se podía acercar a Dios. Pero conservarse puro era muy caro: si un animal impuro (por ejemplo una cucaracha) tocaba una vasija, había que destruir la vasija (Lv. 11.35). Todo lo que tomara contacto con algo impuro tenía que ser destruido. La economía del hogar era insostenible si permanentemente había que destruir cosas para mantener la pureza.
Por eso, aquellos que por razones económicas u otras razones no cumplían con estas reglas religiosas, quedaban marginados, excluidos de la comunidad, no se les permitía participar.
Los fariseos, los escribas y los sacerdotes – las autoridades que velaban por la religión oficial- se encargaban de hacer entender bien a la gente cuál era su condición: puro o impuro, perteneciente a la comunidad o excluido.

Las enfermedades eran consideradas una impureza, y separaban a los portadores de la comunidad. En el evangelio encontramos muchos pasajes donde los fariseos señalan permanentemente la impureza: en los publicanos, en los enfermos, en las mujeres, etc.
En el diálogo entre el ciego de nacimiento y los sacerdotes (Jn 9,34) éstos increpan al ciego diciendo “tú naciste lleno de pecado, ¿nos vas a dar lecciones a nosotros?”

Todas estas normas y leyes religiosas dejaban una cantidad de fieles israelitas fuera de la comunidad de fe, apartados por las autoridades o autoexcluidos por ellos mismos. El texto que compara las actitudes de un fariseo y un publicano (un impuro debido a sus prácticas económicas no legales) es absolutamente ilustrativo sobre esta situación (Lc.18, 9-14).

El biblista Carlos Mesters, al analizar la situación, concluye:” en fin, a pesar de todo el control por parte de los escribas y fariseos, el pueblo seguía libre y con sentido común”.

LA PRÁCTICA DE JESÚS: INCLUSIÓN Y ENFRENTAMIENTO CON LAS AUTORIDADES ECLESIALES


La práctica de Jesús para con estos marginados religiosos fue de una permanente tarea de inclusión en la comunidad de sus seguidores y de una permanente denuncia y enfrentamiento a las autoridades religiosas oficiales, por dejar abandonada la vida de estas personas.

A causa de la no práctica de las leyes que la mayoría de las autoridades religiosas prescribían, multitudes de personas quedaban fuera de la comunidad.
Jesús contempla esta situación y se conmueve: “...tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.” (Mateo 9,36). Las autoridades no incluían a esta gente, no las atendían, no las contemplaban entre sus seguidores. Nadie trabajaba por ellos.
Jesús recrimina este abandono a los fariseos: “ustedes no entran ni dejan entrar al Reino” (Mateo 23,13). Más duramente les recrimina: “ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres (...) anulan la Palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido” (Mc 7,8.13).

Y si dedican alguna atención a la gente, es para controlar la situación y enseñarles el camino ortodoxo (Mc 3,22 y 7,1).
Por eso Jesús inicia una práctica distinta: cura en sábado y hace cosas prohibidas en sábado (Mc. 2,24), come con personas impuras (Mc. 2,16), limpia a los leprosos (Mc 1,40-44), y está en permanente contacto, incorporándolos a su comunidad, aquellos que las autoridades religiosas han dejado “sin pastor”. Y lo hace con una firme convicción: “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos” (Mateo 9,12) “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mc 2,17)
En una ocasión, un fariseo que lo había invitado a comer le observa que no se ha purificado antes de comer, y Jesús le responde “¡Así son ustedes los fariseos! Purifican por fuera el plato y la copa y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos!” (Lucas 11,37 y ss).
Jesús no duda en enseñar lo contrario a lo planteado por las autoridades religiosas. Después de haber sido cuestionado por un fariseo, se dirige a la multitud y les enseña “Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella. Entonces los discípulos marcan el escándalo causado por estas palabras entre los fariseos, y Jesús les responde:”Déjenlos, son ciegos que guían a otros ciegos” (Mateo 15, 1-2.10-11.14). Jesús deja bien en claro la razón de estas preferencias.

Hay muchos pasajes que nos permitirían resumir en algunas nuevas pautas, las prácticas de Jesús:

- el ayuno y otras prácticas antiguas hay que relativizarlas (Mc, 2,15-17)
- La ley de Dios debe interpretarse al servicio de la vida ((Mc. 2,23-28)
- Para pertenecer al Pueblo de Dios sólo basta una cosa: hacer la voluntad de Dios (no solamente el cumplimiento de ritos) (Mc. 3,31-34)

A MODO DE CONCLUSIÓN:

Si comparamos la situación de estos fieles del tiempo de Jesús, con la de los fieles actuales (descripta en las dos premisas del primer argumento) podríamos encontrar algunas coincidencias:
- a ambos se les cuestiona la no práctica de ritos y tradiciones impuestas a lo largo del tiempo, como identificatorias de la religión que profesan
- en ambos casos, esta no práctica es motivo de abandono, por parte de las autoridades religiosas, para con estos fieles
- en ambos casos, la practica de las autoridades religiosas para con ellas es tratar de volverlas al camino “correcto” u “ortodoxo”.
- En ninguno de los casos se habla de fieles que reniegan de su fe, sino al contrario, que la viven con prácticas distintas a las “oficiales”
Por su parte, Jesús increpa a las autoridades religiosas el abandono que han hecho de la Palabra de Dios y de las personas, mirando más las tradiciones que la VIDA.

Por un lado, Jesús instala nuevas prácticas, que coinciden y / o avalan las que los fieles marginados hacían. Por otro lado, deja bien en claro que su acción es preferentemente para con esta gente (no vine a llamar a los justos sino a los pecadores)
Es por esto que podemos afirmar, comparando las situaciones y desde la práctica de Jesús, que la actual situación de estos “creyentes de segunda” para con la comunidad y las autoridades de la iglesia católica podría considerarse como no evangélica, y no corresponder a lo que Jesús haría con estos fieles.

Si las autoridades de la Iglesia Católica se guiaran por las prácticas de Jesús que hemos descrito, no discriminarían a estos creyentes en razón la ausencia de práctica de tradiciones y ritos y debería ser a los primeros que atenderían, intentando entender sus nuevas prácticas.

martes, 9 de agosto de 2011

DOS JOVENES CUENTAN POR QUE TUVIERON QUE IR A ESTUDIAR A BUENOS AIRES


Exiliados por el modelo educativo chileno

Por Adrián Pérez
Pablo Cossio y Gonzalo Cabrera se consideran expulsados por un modelo que se apoya en la mercantilización de la enseñanza. Estudiantes secundarios y universitarios, así como trabajadores del cobre convocan hoy a un paro nacional y marchas en el vecino país.


`“El capital económico nos hizo emigrar a un país que no te cobra por estudiar”, dice Pablo junto a Gonzalo.
Cruzaron la cordillera de los Andes para acceder a una formación de calidad. Con un pasado familiar marcado por la dictadura pinochetista, Pablo Cossio y Gonzalo Cabrera se consideran expulsados por un modelo que se apoya, básicamente, en la mercantilización de la educación. Página/12 conversó con los miembros de la asamblea de estudiantes chilenos exiliados por la educación. “Nos movilizamos en solidaridad con una sociedad que intenta cambiar el sistema educacional”, expresó Cabrera. “Si fuimos el primer país en instaurar el neoliberalismo, tenemos que ser los primeros en salir y servir de ejemplo para que Latinoamérica camine hacia otro sistema”, señaló Cossio. A partir de las 17 de hoy, la asamblea estudiantil marchará desde el Obelisco hasta el Consulado chileno –junto a la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), la Coordinadora Unificada de Estudiantes Secundarios (CUES), organizaciones sociales y partidos de izquierda– para apoyar el paro nacional convocado en el país trasandino por estudiantes y trabajadores.

Pablo tiene 21 años y llegó a Buenos Aires hace cuatro meses para cursar el CBC. Se fue de Santiago enojado con el modelo político. “El capital económico nos hizo emigrar a un país que no te cobra por estudiar”, apunta el joven, que piensa seguir Sociología en la UBA. “Estamos luchando por terminar con el fin del lucro en la educación”, sentencia. Gonzalo (24) lleva cuatro años y medio en el país y está promediando la carrera de Sociología en la UBA. Ambos participan en la asamblea de estudiantes exiliados porque consideran que es necesario difundir la lucha de sus compañeros chilenos y presionar al gobierno, que, además de no responder a las demandas, reprime a los estudiantes.

“Lo interesante es que esta asamblea traspasa las fronteras, lo vemos en el trabajo con los compañeros argentinos donde se da un debate muy interesante –señala Gonzalo–. Nosotros tenemos la experiencia de la educación privada y los argentinos saben cómo defender la educación pública.” El colectivo chileno se reúne con estudiantes de la FUBA y CUES. Pablo agrega que la asamblea toma fuerza a medida que se suman otros sectores. Ya realizaron contactos con estudiantes colombianos y la idea es poner el tema de la educación pública en boca de todos. “Esperamos que la lucha que se está dando en Chile sea un ejemplo a seguir en toda Latinoamérica. Pensamos que Buenos Aires es la instancia precisa por ser una ciudad cosmopolita”, analiza Pablo.

A partir de la represión del jueves, la asamblea se puso como objetivo denunciar al gobierno de Piñera por la falta de libertad de expresión en las calles. Los jóvenes coinciden en que, para esto, el rol de la asamblea es fundamental porque permite visibilizar el problema y contribuye a que la comunidad internacional tome conciencia sobre el conflicto. “El movimiento que se produjo en Chile traspasó lo educacional y se convirtió en un movimiento social”, dice Gonzalo. Esa afirmación cobra fuerza después de la multitudinaria marcha organizada anteayer por los familiares de los estudiantes en lucha. Y se afianza en la convocatoria para el paro nacional de hoy, en que, a los estudiantes secundarios y universitarios, se sumarán el Colegio de Profesores, la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios, la Confederación de Estudiantes de Chile y los trabajadores de la Corporación Nacional del Cobre.

El 11 de julio, 16 mil trabajadores de Codelco y 30 mil contratistas realizaron un paro nacional al cumplirse 40 años de la nacionalización de la explotación del cobre impulsada por Salvador Allende. “Ahí se empieza a formar una alianza obrero-estudiantil. Chile está enviando un mensaje a los estudiantes de Latinoamérica para que se unan, desde abajo, contra un Estado capitalista que socava todo sentido de conciencia pública”, considera Pablo.

Gonzalo sostiene que, a diferencia de la “revolución pingüina” de 2006, el actual movimiento de estudiantes no está dirigido por el PC chileno o la Confech, que aceptaron las propuestas de Michelle Bachelet. “Con Piñera y la derecha en el poder es más difícil que esos sectores quieran negociar porque, además, se ven sobrepasados por el movimiento estudiantil. Estas mesas de negociación tienen por objeto diluir la movilización.” En la misma línea, Pablo opina que uno de los errores cometidos en ese entonces fue permitir la intervención de partidos políticos en el conflicto. “Ahora el movimiento tiene una dirección que va tras la educación gratuita, laica y de calidad y se va a luchar por eso hasta las últimas consecuencias. Nos vamos a sentar a negociar pero con las propuestas de los estudiantes, no del gobierno”, asegura.

Las últimas encuestas ubican al movimiento estudiantil con un 80 por ciento de aceptación en la sociedad chilena. Piñera, en cambio, araña el 26 por ciento. “Hoy va a ser un día decisivo para saber cómo se posicionan los actores de cara al desenlace del conflicto”, agrega Pablo y concluye que el movimiento se fortaleció más a partir de la represión.


viernes, 22 de julio de 2011

El Dios de la Alegría

Rafael Velasco, S.J.

Decía Nietzsche: “¿Cómo voy a creer en la resurrección de Cristo si los cristianos andan con esa cara?”
La frase es contundente y uno hasta coincide muchas veces.
Si nos ponemos a pensar, los cristianos solemos asociar la fe al dolor, a lo serio, al cumplimiento de preceptos, la renuncia, la mortificación, pero rarísimamente la asociamos a la Alegría. Hablar de Dios es “cosa seria”, pero no alegre. Es más, pareciera que la religión viene a aguar la fiesta de la vida con todos sus preceptos y mandamientos.

La Fiesta de la Pascua Cristiana, la fiesta central del cristianismo que celebra la resurrección de Jesús, es nuestra fuente de alegría. Pablo dice “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe y somos los hombres más dignos de lástima”.

La Resurrección no es el “happy end” de una película tristísima de sufrimiento, injusticia y dolor, sino que es la confirmación, por parte de Dios Padre, de que el Amor vence a la muerte y que una vida entregada, como la de Jesús, por la vida y la alegría de los demás es fuente de Vida y Alegría. Es decir que vivir como Jesús es fuente de Alegría genuina.

Jesús en su vida mortal se enfrentó decididamente con los que encaraban la religión como un cumplimiento de determinadas leyes, que terminaba ahogando la libertad y por lo tanto la capacidad de amar. De hecho son ellos –los saduceos (los sacerdotes) y los escribas (los teólogos) – quienes lo llevan a la muerte. Jesús viene a decir que esa religión –también hoy– no es la que le agrada a Dios, que la verdadera religión es la que impulsa a hombres y mujeres a salir al encuentro de sus hermanos y hermanas para ayudarlos a ser felices, a tener Vida en abundancia. Eso implica poner en su lugar las leyes y preceptos religiosos, como algo relativo que está en función del hombre y no al revés.

La espiritualidad del cumplimiento de determinadas leyes religiosas termina siendo una espiritualidad centrada en el propio yo. Si cumplo me siento tranquilo, y por lo tanto lo más importante es cumplir, no amar.

Por el contrario, el domingo de resurrección es la confirmación por parte de Dios de que una vida entregada por amor a los demás es el Camino de la Vida verdadera. Y es la invitación a transitar ese camino, sabiendo, con lucidez, que el amor tarde o temprano debe pasar por la oscuridad, el rechazo, el dolor (la Cruz de Cristo), pero que perseverando en la Fe y la Esperanza en ese mismo camino, nos alumbra la Luz de una Vida Nueva, diferente; eso es vivir como resucitados.

Esto es tan claro como la frontera entre el Amor y el egoísmo (que a veces se presenta con caras muy refinadas, que incluso se confunden con formas de amor).

La vida de Jesús de Nazareth fue un pasar dando alegría a los que la necesitaban y a los que la quisieran recibir. Su muerte fue el testimonio de que esa alegría se ofrece, no se impone, y de que el camino para acceder a ella debe pasar ciertamente por la fidelidad en lo cotidiano. Su Resurrección es la señal que nos da Dios Padre de que ese es el Camino de la felicidad.

Ateos y creyentes anónimos

Muchas veces pienso que muchos de los que se dicen ateos, no reniegan en realidad de Dios, sino de ese dios triste y opresivo que lamentablemente muchas veces anunciamos, en particular los cristianos, con nuestra predicación y con nuestro modo de vida. Nos perciben a los hombres religiosos con la cara que Nietzsche veía en los cristianos de su tiempo.

Tal vez el Dios de la Alegría tenga más adeptos anónimos (que se dicen agnósticos o ateos) de los que parece. Adeptos que intentan vivir el amor al prójimo con todas sus consecuencias; adeptos que lo adoran silenciosamente en la intimidad del templo de sus corazones.

miércoles, 11 de mayo de 2011

¿Religión?... ¿De qué hablamos?

La palabra «religión» tiene varios sentidos, bastante diferentes, que podemos agrupar en tres niveles:
1) Las «religiones»: son sistemas de creencias, doctrinas, prácticas, ritos... acerca de lo considerado sagrado, divino, o espiritual, cristalizados con frecuencia en instituciones, que como tales, son actores sociales e incluso políticos, con intereses, y funciones de poder. Cada uno de esos conjuntos institucionales es lo que llamamos «una religión», las «religiones».
2) La religión es también el hecho social religioso mismo: el hecho de que el ser humano sea capaz de religiosidad y tenga necesidad de ella, las manifestaciones de esa religiosidad, su incidencia cultural, histórica y política en la sociedad... Todo eso es también «la religión» en la sociedad.
3) Pero lo religioso es sobre todo una experiencia de la persona: los seres humanos necesitamos un sentido para vivir, y no podemos encontrarlo si no abrimos nuestro corazón, en la intimidad, al misterio, a lo sagrado, al valor absoluto del amor, a la Realidad última, la Divinidad... Esta experiencia espiritual se da de hecho en toda persona, con infinitas variaciones, ya sea dentro, fuera o aun en contra de las «instituciones» religiosas, es decir, de las religiones. Es la experiencia religiosa, o espiritual, una capacidad de percepción y relación con esa realidad indefinible que se ha llamado lo sagrado, el misterio, el absoluto...
Son pues tres niveles diferentes, que conviene distinguir y tener presentes en su diferencia.
En todo caso, esos tres niveles evidencian que lo religioso es un hecho humano, personal y social, y también institucional. Está ahí, en todas las sociedades, y afecta nuestra vida mucho más de lo que pensamos.
No se trata pues de ningún tema tabú, ni de un campo reservado a los especialistas, ni de algo que caiga bajo la competencia exclusiva de las instituciones religiosas. Toda persona interesada sinceramente por el bienestar y la realización humana plena, debe prestar atención a esta dimensión humana y a este hecho social.
En la mentalidad ingenua tradicional, lo religioso estuvo revestido siempre de un cierto carácter tabú, sagrado, como si tocarlo fuera una irreverencia, o pudiera acarrear un castigo divino... Afortunadamente ya no es así: las ciencias humanas, y la opinión pública han perdido ese temor excesivo reverencial y abordan el tema religioso con naturalidad y profundidad. También nosotros podemos hacerlo así.
Es importante recalcar la distinción entre «religión» y «espiritualidad»:
-técnicamente hablando, religión hace referencia a la dimensión institucional de las religiones, a sus creencias y sus prácticas, sus instituciones... mientras que
-espiritualidad o vida espiritual o experiencia espiritual, se refiere a esa vivencia religiosa íntima personal que acompaña a toda persona, de una manera u otra, y que puede darse tanto dentro como fuera de las «religiones».
Cabe hacer notar que, apurando las palabras, tendríamos reparos para la palabra «espiritualidad»... pues etimológicamente es lo opuesto a la materialidad, a la corporalidad... No es ése, obviamente, el sentido que tiene para nosotros. No nos consideramos un compuesto de dos cosas, sino una única realidad, que es simultáneamente material, corporal, psíquica, espiritual... Espiritualidad es ya una palabra consagrada, que no hace referencia hoy a su origen griego (o lo olvidamos, deliberadamente). Espiritualidad es en definitiva la dimensión profunda del ser humano, su vivencia de sentido, su experiencia profunda de la realidad, su calidad de profunda de humanización.
Renunciar a la espiritualidad, o minusvalorarla, o desatenderla, por confundirla con la «religión» y sus instituciones, ritos, creencias, dogmas... sería un grave error, una tremenda pérdida humana.
Con la palabra «dios» ocurre otro tanto. Algunos la consideran incuestionable, porque la identifican reverencialmente con el contenido que le adjudican. Otros, con un relativamente reciente sentido crítico, señalan la distancia inevitable entre la imagen tradicional de «dios» (el theos griego del que viene la palabra en los idiomas latinos) y la verdadera Realidad Última, inaccesible e inimaginable, que no puede quedar encerrada en el concepto ni en la imagen clásica de «dios»...
Ahora podemos distinguir: muchos pensaban que no creían en dios, pero luego han descubierto que no habían dejado de creer en la Divinidad de la Realidad: simplemente ya no creen que esa «divinidad» pueda llamarse ni imaginarse como un «dios»: la palabra se les ha quedado corta e inaplicable; tal vez no han dejado de creer nunca en la divinidad de la realidad, en la Realidad divina, pero sin imaginarla como un «dios» (theos)...

viernes, 6 de mayo de 2011

Santo Súbito? Por Rafael Velasco

Juan Pablo II ha sido, sin duda, el papa más mediático de todos. Y ha sido, tal vez, el más querido mundialmente. Una personalidad que, por sus gestos y palabras, despertó una gran simpatía no sólo hacia adentro, sino también puertas afuera de la Iglesia institucional.

Es en particular hacia afuera de los límites de la Iglesia donde su recuerdo ha quedado más nítido. Tal vez porque hizo lo que ningún otro antes en siglos: pidió perdón por los pecados de la Iglesia; se acercó a las otras religiones de múltiples maneras; tuvo gestos memorables con judíos (a quienes llamaba nuestros hermanos mayores) y con musulmanes. Ha sido un hombre de encuentro para los creyentes de las diversas confesiones religiosas.

Ha sido el papa que movía multitudes y despertaba, en particular en los jóvenes, un sentimiento de cercanía y afecto nunca vistos antes. Tal vez será por estas cosas y varias más que su despedida fue multitudinaria y aún es llorado por muchos. Ha sido un hombre de Dios.

Puertas adentro. También hay otra faceta de Juan Pablo II: la del papa puertas adentro de la Iglesia. Hacia adentro, intentó revitalizar la Iglesia y lanzarla hacia adelante con renovado fervor. Su énfasis en que se ingresara al tercer milenio con espíritu penitencial y su convocatoria a una “nueva evangelización”, nueva en su ardor y en sus métodos, fue también un distintivo de su pontificado.

Esto fue acompañado, por otra parte, con una mirada bastante tradicional –y hasta rígida– sobre algunos temas doctrinales particularmente sensibles para el hombre posmoderno: los métodos artificiales de control de natalidad, la posibilidad de acceder a la comunión sacramental por parte de los divorciados que se volvieron a casar, el celibato opcional de los sacerdotes, la mayor colegialidad en las decisiones, la posibilidad de que las mujeres accedan al ministerio ordenado.

En cuanto a nuestra realidad, sus reticencias respecto de la Teología de la Liberación han sido particularmente descorazonadoras para amplios sectores del catolicismo latinoamericano.

La Iglesia es una gran familia y, como en toda familia, algunos son más escuchados que otros. Esto fue claro con Juan Pablo II. Movimientos de carácter más tradicional en lo doctrinal vieron crecer su influencia, mientras que otros más volcados hacia el trabajo de transformación de las estructuras injustas (del mundo y de la misma Iglesia) fueron preteridos.

Durante su pontificado, muchos teólogos sufrieron la sospecha o el silenciamiento. Y han sido en particular los movimientos eclesiales más conservadores los que se vieron beneficiados, mientras que los sectores que ensayaron otro tipo de comprensión respecto del mundo y la cultura actual no fueron tan bien tratados.

“Santo subito”. Ya en los días de su largo velatorio comenzó a surgir la consigna: “¡Santo subito!” (¡Santo pronto!), como una expresión del cariño de su pueblo.

Esa consigna, seguida desde las más altas instancias eclesiales, significó la apertura pronta del proceso de su beatificación.

La Iglesia establece que recién después de cinco años de su muerte se puede comenzar el proceso de beatificación de una persona. En este caso, se rompió esa regla. Los procesos, como se ve, han sido bastante súbitos.

La santidad. Un santo, para la Iglesia, es alguien que ha amado mucho y lo hizo de manera heroica. Es alguien que anunció la buena noticia de Jesús y a su vez en su anuncio denunció aquello que oprime a los seres humanos, aquello que no los deja vivir humanamente con dignidad, como hermanos.

Un santo es alguien que se ha dejado transformar por Dios y ha cumplido así con fidelidad su misión.

La santidad –más aun en el caso de un papa– no es algo referido sólo a lo íntimo y personal. La santidad tiene que ver, sin dudas, con cómo la persona ha ejercido la misión que se le encomendó. En este caso, la misión no menor de ser el sucesor de Pedro en la Iglesia Católica.

Ahora bien, en el ejercicio de esa misión –en este caso particular–, más allá de los innegables logros, hubo puntos que aún hoy resultan oscuros, tal vez justamente por la excesiva cercanía. El escándalo del Banco Ambrosiano es uno de ellos.

Fue un conflicto que Juan Pablo II afrontó al principio de su pontificado, aunque en verdad venía de más atrás. Hizo –tal vez– lo mejor que pudo; pero el otorgarle refugio durante años a un personaje siniestro como monseñor Paul Marcinkus –uno de los grandes responsables del fraudulento vaciamiento– no deja de ser algo al menos sorprendente.

Otro caso: Benedicto XVI está lidiando duramente con numerosos casos de abusos de menores por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica. Los hechos ocurrieron durante los últimos 50 años. No eran nuevos. No surgieron como un hongo en los últimos cinco años. Benedicto los ha afrontado intentando cambiar una costumbre de encubrimiento y disimulo perversa y de larga data en la Iglesia. Ha aplicado una política de tolerancia cero y se ha hecho cargo.

Pero –como digo– ya se sabía de estos crímenes en ciertos altos círculos eclesiales y la inacción de la jerarquía generó mucho dolor.

Durante el pontificado de Juan Pablo II, surgió con mucha fuerza la congregación conocida como los Legionarios de Cristo. Una congregación religiosa que, más allá de lo que se pueda pensar de ellos y la honorabilidad y santidad de sus intenciones, fue fundada por Marcial Maciel, un sacerdote acusado de abuso de menores y que además llevaba –luego se comprobó– una doble vida matrimonial. Todo amparado en un sistema de ocultamiento perversamente montado en su círculo más íntimo.

Cuesta pensar que esto no se supiera en el Vaticano. ¿Por qué, si no, Joseph Ratzinger, apenas asumió, sancionó a Maciel por su pésima vida cristiana?

No tan súbito. No estoy aquí pronunciándome sobre la santidad de Juan Pablo II. Intento señalar algunos claroscuros que nos devuelve su largo pontificado y las contradicciones y limitaciones propias de su condición humana.

Las contradicciones no anulan la virtud; un santo no es una persona sobrehumana. Los católicos creemos que la persona es hecha santa (por Dios) con las propias contradicciones a cuestas y aun a pesar de ellas. Ningún santo queda eximido de su condición humana. Creer eso no es al menos cristiano.

En realidad, estoy intentando presentar honestamente mis dudas respecto de la conveniencia de haber acelerado los tiempos de su beatificación cuando hay temas tan serios para esclarecer. Más aun cuando algunos de esos temas son todavía una honda herida abierta. Tal vez –por respeto a tantas víctimas– hubiera sido más conveniente tomarse tiempos más prolongados. La Iglesia sabe de esto. Tenemos dos mil años de historia. Llama la atención la premura. Este apuro puede ser un signo confuso. Puede ser leído como un intento de autofelicitación eclesial en un momento de crisis, y no creo que sea positivo. Ni para la Iglesia ni para hacerle verdadera justicia a la santidad de vida de Juan Pablo II.

Los católicos atravesamos tiempos penitenciales. Tiempos de autocrítica y purificación. No son tiempos de autocelebración. Canonizar a nuestro anterior jefe suena a algo así.

Vivimos tiempos en los que más bien debemos mirar hacia adentro y hacer serias autocríticas para cambiar, dado que tenemos asignaturas pendientes importantes respecto a nuestra capacidad de leer los signos de los tiempos y comprender las angustias y sufrimientos de millones de personas que caminan a tientas buscando razones para seguir esperando.

Fuente: La Voz del Interior

lunes, 2 de mayo de 2011

La beatificación de Juan Pablo II. Por Juan José Tamayo

Mañana, 1 de mayo de 2011, Benedicto XVI beatificará a su predecesor Juan Pablo II. Desde su anuncio, esta beatificación ha causado malestar y sorpresa en importantes sectores de la Iglesia católica. Entiendo el malestar, ya que no pocas de las actuaciones de Juan Pablo II fueron todo menos ejemplares e imitables como se espera de una persona a quien se eleva a los altares y se presenta como modelo de virtudes para los cristianos. Me refiero a su manera autoritaria de conducir la Iglesia, a su rigorismo moral, el trato represivo dado a los teólogos y las teólogas que disentían del Magisterio eclesiástico -muchos de los cuales fueron expulsados de sus cátedras y sus obras sometidas a censura-, al silencio e incluso la complicidad que demostró en los casos de pederastia, especialmente con el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, a quien dio siempre un trato privilegiado con el beneplácito del cardenal Ratzinger, su brazo derecho, etcétera.

Lo que no encuentro justificada es la sorpresa. Con esta beatificación, Benedicto XVI no ha hecho otra cosa que poner en práctica el viejo refrán: es de bien nacidos ser agradecidos. La elevación de Karol Wojtyla al grado de beato es la mejor muestra de agradecimiento que podía rendir a su predecesor, que le nombró presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y le concedió un poder omnímodo en cuestiones doctrinales, morales y administrativas. Más aún, fue Juan Pablo II quien le allanó el camino nombrándolo sucesor in péctore. ¿Cómo el Papa actual no iba a beatificar al autor de tamaño ascenso en el escalafón eclesiástico?

Si no hubiera sido por Juan Pablo II, Joseph Ratzinger sería hoy un arzobispo emérito sin relevancia alguna. Pero quiso el destino que el papa polaco llamara al arzobispo alemán a su lado y le nombrara Inquisidor de la Fe, para que la vida del cardenal Ratzinger diera un giro copernicano. Durante casi un cuarto de siglo fue el funcionario más poderoso de la curia romana por cuyas manos pasaban los asuntos más importantes del orbe católico, desde el control de la doctrina hasta los casos de pederastia sobre los que decretó el más absoluto secreto, imponiendo a víctimas y verdugos un silencio que le convirtieron en cómplice y encubridor de delitos horrendos contra personas indefensas.

Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger vivieron un idilio durante casi cinco lustros con un reparto de papeles que siempre respetaron. El primero, con vocación de actor desde su juventud, ejerció esa función a la perfección, se convirtió en uno de los grandes actores del siglo XX y recibió los aplausos de millones de espectadores de todo el mundo desde su elección papal hasta su entierro. El segundo ejerció el papel para el que estaba especialmente capacitado, el de ideólogo y guionista de la obra que le tocaba representar al papa y que puso por escrito en el libro-entrevista Informe sobre la fe, cuya idea central era la restauración de la Iglesia católica.

El guión incluía la revisión del concilio Vaticano II y el cambio de rumbo de la Iglesia católica, el restablecimiento de la autoridad papal, devaluada en la etapa posconciliar, la afirmación del dogma católico, la nueva evangelización, la recristianización de Europa, la vuelta a la tradición, el freno a la reforma litúrgica, la confesionalidad de la política y de la cultura, la defensa de la moral tradicional en toda su rigidez en materias que hasta entonces eran objeto de un amplio debate dentro y fuera del catolicismo, como la familia, el matrimonio, la sexualidad, el comienzo y el final de la vida, etcétera.

El panorama eclesial descrito por el cardenal Ratzinger en la entrevista con Vittorio Messori, publicada luego como libro bajo el título antes citado Informe sobre la fe, no podía ser más sombrío: “Resulta incontestable que los últimos 20 años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos, comenzando por las del papa Juan XXIII y, después, las de Pablo VI. Los cristianos son, de nuevo, minoría, más que en ninguna otra época desde finales de la antigüedad. Los papas y los padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que -en palabras de Pablo VI- se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y en el desaliento. Esperábamos un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo del presunto espíritu del Concilio, provocando de este modo su descrédito”.

Dentro del guión entraba el cambio en la política de nombramiento de obispos, sin la cual no podía llevarse a cabo la restauración eclesial diseñada al unísono por Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger. Poco a poco fueron sustituidos los obispos conciliares por prelados preconciliares, los obispos comprometidos con el pueblo dieron paso a obispos cuya preocupación principal era la ortodoxia, los obispos vinculados a la teología de la liberación dieron paso a los obedientes a Roma. De esa manera se garantizaba el éxito de la nueva estrategia neoconservadora.

Wojtyla y Ratzinger se conocían desde la época del concilio Vaticano II, en el que ambos participaron, el primero como obispo, el segundo como asesor teológico del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia. Wojtyla se alineó con el sector conservador. Ratzinger estuvo del lado del grupo moderadamente reformista. Ambos dieron su apoyo a los documentos conciliares. Se esperaba por ello que, ubicados posteriormente en los puestos de la máxima responsabilidad eclesiástica, llevaran a la práctica las reformas aprobadas por el Vaticano II en los diferentes campos del quehacer eclesial: vida y organización de la Iglesia, teología, liturgia, recurso a los métodos histórico-críticos en el estudio de los textos sagrados, diálogo con el mundo moderno, presencia de la Iglesia en la sociedad y, sobre todo, la creación de la “Iglesia de los pobres”, propuesta estrella de Juan XXIII. No fue ese, sin embargo, el camino seguido por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Cuando accedieron al papado fueron desmontando poco a poco el edificio construido por los padres conciliares entre 1962 y 1965 y alejándose del proyecto de Iglesia diseñado cuidadosamente en las cuatro Constituciones, los nueve Decretos y las tres Declaraciones que conforman el Magisterio conciliar.

El giro no podía ser más notorio: se pasó de la Iglesia pueblo de Dios y comunidad de creyentes a la Iglesia jerárquico-piramidal, de la corresponsabilidad al gobierno autoritario, del pensamiento crítico al pensamiento único, de la autonomía de las realidades temporales a su sacralización, de la secularización al retorno de las religiones, de la autonomía de la Iglesia local a su control, de la jerarquía como servicio a la jerarquía como ejercicio de poder, de la teología como inteligencia de la fe en diálogo con otros saberes a la teología como glosa del Magisterio eclesiástico, de la ética de la responsabilidad al rigorismo moral, del diálogo multilateral al anatema.

La beatificación de Juan Pablo II constituye, a mi juicio, una muestra más del paso que Benedicto XVI ha dado desde el neoconservadurismo al integrismo.



Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.

viernes, 11 de marzo de 2011

Juan Carlos Baglietto - Las cosas tienen movimiento

Hoy comenzamos el 2º año de Catequesis Familiar en el Tabo junto a Any y los papás de 5º grado. En esta canción, hacemos presente a Gustavo Gleria, que nos sigue ayudando a no bajar la guardia, y siempre a seguir...




jueves, 3 de marzo de 2011

Sobre Mt 6, 24-34

Me costó comprender éste Evangelio. Mi sentido común propio de la época en la que me toca vivir me decía que lo lógico es producir y acumular. El futuro depende de lo que pueda almacenar, de los reaseguros que me provea en forma de jubilación, medicina prepaga, cuenta bancaria, inversiones, etc. Dios parece no ocuparse de nuestra economía a pesar de lo que dice el Evangelio acerca de los “lirios del campo y los pájaros del cielo.” Ni lirios ni pájaros, volvamos a la realidad, eso está muy bien como cuentito, pero la vida es otra cosa. O proveés para vos y tu familia o te quedás en la calle, no hay más que mirar los diarios.
Hasta que desperté a lo que el Evangelio me quiere enseñar. No es pensar en un Dios que está afuera de la historia y desde allí es providente sino descubrir que la Divina Providencia ¡soy yo!, sos vos, somos todos. Despertar a la realidad de que el Dios que nos inhabita es quien nos habilita para ser providentes si lo dejamos actuar. Liberar nuestra capacidad de compartir lo producido es, me parece, el gran desafío al que nos invita Jesús.

Servir a Dios y buscar el Reino implica que en mi propia vida yo asuma la responsabilidad que me toca. No es un inmovilismo irresponsable de esperar que las cosas vengan de arriba. Es trabajar duro de acuerdo a mis posibilidades para producir las riquezas que mis talentos puedan aportar y luego compartirlas con mis hermanos en la confianza de que si nos animamos a vivir así, los bienes alcanzan para todos.

Si dejamos de pensar en un “dios mago” que digita las cosas e interviene a su antojo, o al que podemos torcer la voluntad a fuerza de oraciones para que intervenga según el nuestro, nos tomaremos en serio nuestra capacidad co-creadora. Estaremos entonces capacitados para construir un orden nuevo regido por los valores del Reino y su justicia, y el resto se nos dará por añadidura.

Que las oraciones sirvan para cambiarnos el corazón, para hacer espacio a la acción del Espíritu que nos invita a ser justos y generosos. Allí descubriremos la verdadera Providencia, la que Dios pone en nuestras manos.

martes, 1 de marzo de 2011

Alegría intensiva

Le pido que escuche esta historia de hospital. Santiago tiene 7 años y está internado en el Garraham. Una mañana entraron a su habitación tres médicos disfrazados de payasos que integran la ONG Alegría Intensiva. Empezaron a bromear, a esbozar algunos juegos con Santi y su muñeco. Todos, incluso el padre de Santi, participaban y con su fantasía inventaban historias. Uno de los médicos, en puntitas de pié se fue para el lado del baño. Buscaba otros mundos y elementos para seguir alimentando esas risas que curan mas que cualquier remedio de esos que vienen en frasquito y hay que tomar cada 8 horas. De pronto, Santiago, se puso serio y le dijo al doctor que tuviera cuidado, que en el baño había un tigre y empezó a imitar un rugido feroz. Los médicos amagaban con dar un paso al baño y los rugidos eran cada vez mas fuertes. Esos clowns de hospitales pediátricos resolvieron fingir temor. Cada vez que los médicos se abrazaban mas asustados, Santiago rugía más fuerte, abría cada vez mas grandes los ojos y mostraba sus manitos como garras al acecho. Después de unos minutos en que los médicos se la pasaron temblando y como tenía que visitar a otro paciente, dijeron: “Buenos nos vamos, ya no aguantamos mas el miedo”. Y Santiago, dejó de rugir, y con una ternura conmovedora dijo: “No, doctor, no se vaya, el que rugía era yo”.

Esta es solo una de los cientos de historias que “Alegría Intensiva” genera y coprotagoniza con los pibes que están luchando para curarse de alguna enfermedad o incluso, en algunos casos, están peleando por su vida como tigres de verdad y no como el que inventó Santiago. Esta Organización No Gubernamental tiene un lema: “Todo niño tiene derecho a jugar”. El ministro de cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi convocó al Polo Circo y organizó funciones a beneficio de “Alegría Intensiva”.

Son 20 artistas en escena, con los músicos en vivo que desarrollan sus espectaculares saberes mientras los asistentes disfrutan de una comida. El Polo Circo, que está instalado en un lugar muy sufrido de la Capital, en Juan de Garay y Combate de los Pozos, desarrolla una tarea educativa maravillosa. Allí los chicos aprenden, bajo carpas gigantescas, a ser malabaristas, equilibristas tanto para divertirse como para encontrar un oficio. Vale la pena ver el show que hacen. Y vale la pena, de paso, colaborar con Alegría Intensiva. E nmuchos países hace tiempo que se fomenta la alegría como terapia.

Los beneficiarios son los que mas necesitan de las risas y las carcajadas. Ayudar a un pibe enfermo que está internado en un hospital debe ser una de las formas mas maravillosas de la condición humana. ¿O no siente que se le clavan puñales en el alma cuando ve un chico peladito por la quimioterapia? ¿ O no se sacude hasta las lágrimas cuando aparece una nenita en una silla de ruedas? A veces uno piensa que solamente los pueden ayudar los médicos, los enfermeros o Dios. No es exactamente asi. La luz que se instala en la mirada de un chico que se divierte tiene una energía curativa poderosísima.

Es medicina que no sale de ningún laboratorio. Se fabrica en el corazón de la gente. Se industrializa en el amor de los médicos y los padres. Nada reemplaza las vacunas ni las radiografías. Es verdad. Pero no hay nada igual a la felicidad que produce la risa y el juego de los payasos. Son mimos que hacen mimos.

Combaten los miedos y la tristeza de los chicos. Expulsan la angustia y la soledad que suele invadir los hospitales. Se hacen compinches de los padres que sentados al lado de la cama no saben que hacer para ayudar. ¿Cómo es posible que una humilde nariz roja de payaso tenga tanto poder para secarle las lágrimas a un chiquito con una mochila de oxigeno o a una piba con barbijo? El humor y el amor son mas poderosos que el dolor. Bienvenidos los guardapolvos blancos y la sabiduría de las universidades. Pero también bienvenidos los trajes de colores, los globos y los instrumentos musicales.

Le cuento la última. Un día los doctores payasos fueron a visitar a Manuel a la habitación de cuidados intesivos y se encontraron con una sorpresa. El padre del chico les pidió la guitarra y con su familia le cantaron canciones a los medicos como una forma de agradecimiento. Dicen los fantasmitas del Garraham que el tema que mas fuerte cantaron fue “Zamba de mi esperanza”. Tenían los ojos húmedos. Y un nudo en la garganta.