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miércoles, 11 de mayo de 2011

¿Religión?... ¿De qué hablamos?

La palabra «religión» tiene varios sentidos, bastante diferentes, que podemos agrupar en tres niveles:
1) Las «religiones»: son sistemas de creencias, doctrinas, prácticas, ritos... acerca de lo considerado sagrado, divino, o espiritual, cristalizados con frecuencia en instituciones, que como tales, son actores sociales e incluso políticos, con intereses, y funciones de poder. Cada uno de esos conjuntos institucionales es lo que llamamos «una religión», las «religiones».
2) La religión es también el hecho social religioso mismo: el hecho de que el ser humano sea capaz de religiosidad y tenga necesidad de ella, las manifestaciones de esa religiosidad, su incidencia cultural, histórica y política en la sociedad... Todo eso es también «la religión» en la sociedad.
3) Pero lo religioso es sobre todo una experiencia de la persona: los seres humanos necesitamos un sentido para vivir, y no podemos encontrarlo si no abrimos nuestro corazón, en la intimidad, al misterio, a lo sagrado, al valor absoluto del amor, a la Realidad última, la Divinidad... Esta experiencia espiritual se da de hecho en toda persona, con infinitas variaciones, ya sea dentro, fuera o aun en contra de las «instituciones» religiosas, es decir, de las religiones. Es la experiencia religiosa, o espiritual, una capacidad de percepción y relación con esa realidad indefinible que se ha llamado lo sagrado, el misterio, el absoluto...
Son pues tres niveles diferentes, que conviene distinguir y tener presentes en su diferencia.
En todo caso, esos tres niveles evidencian que lo religioso es un hecho humano, personal y social, y también institucional. Está ahí, en todas las sociedades, y afecta nuestra vida mucho más de lo que pensamos.
No se trata pues de ningún tema tabú, ni de un campo reservado a los especialistas, ni de algo que caiga bajo la competencia exclusiva de las instituciones religiosas. Toda persona interesada sinceramente por el bienestar y la realización humana plena, debe prestar atención a esta dimensión humana y a este hecho social.
En la mentalidad ingenua tradicional, lo religioso estuvo revestido siempre de un cierto carácter tabú, sagrado, como si tocarlo fuera una irreverencia, o pudiera acarrear un castigo divino... Afortunadamente ya no es así: las ciencias humanas, y la opinión pública han perdido ese temor excesivo reverencial y abordan el tema religioso con naturalidad y profundidad. También nosotros podemos hacerlo así.
Es importante recalcar la distinción entre «religión» y «espiritualidad»:
-técnicamente hablando, religión hace referencia a la dimensión institucional de las religiones, a sus creencias y sus prácticas, sus instituciones... mientras que
-espiritualidad o vida espiritual o experiencia espiritual, se refiere a esa vivencia religiosa íntima personal que acompaña a toda persona, de una manera u otra, y que puede darse tanto dentro como fuera de las «religiones».
Cabe hacer notar que, apurando las palabras, tendríamos reparos para la palabra «espiritualidad»... pues etimológicamente es lo opuesto a la materialidad, a la corporalidad... No es ése, obviamente, el sentido que tiene para nosotros. No nos consideramos un compuesto de dos cosas, sino una única realidad, que es simultáneamente material, corporal, psíquica, espiritual... Espiritualidad es ya una palabra consagrada, que no hace referencia hoy a su origen griego (o lo olvidamos, deliberadamente). Espiritualidad es en definitiva la dimensión profunda del ser humano, su vivencia de sentido, su experiencia profunda de la realidad, su calidad de profunda de humanización.
Renunciar a la espiritualidad, o minusvalorarla, o desatenderla, por confundirla con la «religión» y sus instituciones, ritos, creencias, dogmas... sería un grave error, una tremenda pérdida humana.
Con la palabra «dios» ocurre otro tanto. Algunos la consideran incuestionable, porque la identifican reverencialmente con el contenido que le adjudican. Otros, con un relativamente reciente sentido crítico, señalan la distancia inevitable entre la imagen tradicional de «dios» (el theos griego del que viene la palabra en los idiomas latinos) y la verdadera Realidad Última, inaccesible e inimaginable, que no puede quedar encerrada en el concepto ni en la imagen clásica de «dios»...
Ahora podemos distinguir: muchos pensaban que no creían en dios, pero luego han descubierto que no habían dejado de creer en la Divinidad de la Realidad: simplemente ya no creen que esa «divinidad» pueda llamarse ni imaginarse como un «dios»: la palabra se les ha quedado corta e inaplicable; tal vez no han dejado de creer nunca en la divinidad de la realidad, en la Realidad divina, pero sin imaginarla como un «dios» (theos)...

viernes, 10 de diciembre de 2010

Diez puntos para tener en cuenta a la hora de regalar en Navidad

Cuanto más tienen, más egoístas se vuelven. Si lo que pretendes es conseguir que tuhijo sea feliz, no le des todo lo que pide. Valóralo, priorízalo y contrástalo con tus objetivos educativos. Complacer a los hijos en todo lo que se pueda sin un criterio subyacente es contribuir a que crezcan egoístas, que es lo mismo que asegurarles la infelicidad.
Y menos valoran lo que tienen. La lista sería infinita: desde ropa, móviles, ordenadores, juguetes, viajes hasta ¡libertad! Todo ha de estar en su justa medida y deben ser lo suficientemente maduros para apreciarlo y conservarlo. Y agradecerlo. La carencia es una buenísima arma educativa y no un motivo de frustración si la sabes manejar bien.
Pregúntate qué es lo que en realidad desearía tu hijo y por qué. Si se trataran de deseos, ¿qué crees que preferirá tu hijo que le regales? ¿Un juguete o ir contigo a patinar, jugar al futbol, ir al cine, disfrutar de un cuento o sencillamente pasar un rato contigo a solas, jugando a lo que a él más le gusta? La mayoría de los niños, especialmente los de primaria pero también muchos adolescentes, preferirán pasar un tiempo íntimo con sus padres. Y si tu hijo no lo prefiere, o es que ya pasa mucho tiempo contigo y no necesita más (lo cual es genial) o es que ya se ha acostumbrado a prescindir de ti lo cual es muy triste). Piensa cuál sería la respuesta de tu hijo y saca tus propias conclusiones.
Tu hijo no se traumatizará si los Reyes Magos no le traen los regalos que esperaba con tanta ilusión. Le molestará pero sobrevivirá. ¡No lo sientas tú más que él! Tu hijo es muy capaz de aceptar las pequeñas (o grandes) desilusiones. Acepta sus sentimientos pero no te sientas mal por no ceder ante todo lo que le ilusiona. Navidad no debe ser la excusa para permitir a nuestros hijos lo que no les permitimos en otra fecha del año.
Si no hay dinero para comprar lo que pide, no hay dinero. ¡Y punto! Acostumbrar a nuestros hijos a pasar con lo que se tiene ya es el mejor regalo que les podemos hacer. No se trata de que sufran la crisis al mismo nivel que nosotros pero todos debemos.abrocharnos el cinturón. cuando es necesario y aceptar con ilusión lo poco o mucho que se pueda regalar. En ocasiones jugar con tu hijo será el mejor juguete que pueda tener. ¡Y eso es gratuito!
Los niños no se pueden sobornar: los regalos nunca suplirán la falta de tiempo o atención con tu hijo. No conviertas la Navidad en lo que no es. No es un tiempo de remordimientos. Ni de permisibilidad. Ni tampoco de manipulación. Trata de evitar que tus sentimientos de culpabilidad (y no de amor) te impulsen a comprar los regalos. Ten la mente despejada, piensa lo que es mejor para tu hijo y no intentes deslumbrarlo para que olvide tus fallos. Los olvidará temporalmente pero cuando pase la Navidad seguirá teniendo las mismas carencias.
Lo que ellos piden para Reyes no siempre es lo que más les conviene. No tires tu dinero: regala solo aquello que de alguna forma les haga mejor. Ellos no tienen criterio ni límites para pedir; los límites y el criterio lo has de poner tú. Si no estás de acuerdo con que tu hijo lleve móvil a los 11 años, ¿por qué vas a ceder a sus reiterativas y reiterativas peticiones? ¿Solo porque, según él, es el único de la clase que no lo tiene? ¿Porque afirma que se está quedando desfasado? ¿De vedad no puedes defender tu criterio ante los argumentos de tu hijo de 11 años? Si es así, en tu casa falla algo.
Papel y lápiz para hacer la carta de los Reyes Magos. Ni se te ocurra salir de casa a comprar los regalos de Navidad sin saber qué es lo que estás buscando. Compra solo aquello que has meditado y que has escrito en tu lista (no en la lista de los Reyes Magosde tu hijo; es fácil que no sea la misma). Evitarás improvisar y dejarte arrastrar por el torrente publicitario pues, aunque nos creamos inmunes, a veces somos los primeros en caer en sus redes. ¡Que nadie ni nada decida por ti!
Habla con tus hijos de lo que han pedido en su carta. Aunque con diferentes niveles, es bueno que conversemos con nuestros hijos acerca de la selección que han hecho. En muchas ocasiones nos sorprenderán los motivos por los que han elegido sus regalos, tanto por su acierto como por su desacierto. Debemos explicarles por qué unos regalos son posibles y otros no: por presupuesto, por utilidad (juguetes espectaculares pero de mala calidad o de pocos usos), por valores (juguetes bélicos o sexistas), etc Los niños se ilusionan con facilidad por lo que podemos aprovechar esa capacidad de entusiasmo para sugerirles otras alternativas más enriquecedoras.
Una Navidad en la que no se piense en los demás, es una Navidad pobre: tus hijosTAMBIÉN deben regalar a los demás, tengan la edad que tengan, y no necesariamente con regalos materiales. El más pequeño de la casa puede ayudar en la cocina a hacer un pastel. Tu hija de 7 años puede invitar a casa a esa compañera con la que nadie quiere jugar. Tu hijo de 15 años puede ofrecerse para repasar matemáticas a ese vecino que siempre se queja de suspenderlas. Tu hijo de 17 puede apadrinar a un niño con lo que gana de canguro o colaborar de alguna manera activa con una ONG. Y todos pueden regalar sonrisas en casa, buen humor, predisposición para ayudar y favores invisibles. Hacerse la cama cuando nunca se la hace también es un regalo.
Navidad es sinónimo de familia. Es un buen momento de ser sincero contigo mismo y reflexionar sobre tu papel de padre o madre. Seguro que hay cosas que puedes mejorar. Es un tiempo de ser humilde y recapacitar. ¿Quizás puedes mejorar la manera de hablar a tus hijos y pareja? ¿No sería posible encontrar un huequecito al día para dedicar exclusivamente a tus hijos? ¿Por qué no instaurar nuevas costumbres en casa más humanas, más cálidas y educativas? Darse un beso de buenos días y buenas noches entre todos los miembros de la familia es una estupenda costumbre que muchas familias han olvidado ¿Y si las recuperas a partir de ahora?

¿Por qué no aprovechar la Navidad para dar las gracias por tener una familia? ¿Por qué no verbalizar en voz alta lo importante que es la familia para ti, sea como sea? En torno a una buena cena o comida, consigue que todos te presten atención. Da gracias en voz alta por lo que significa para ti tu familia, lo mucho que la quieres y lo feliz que te hace. Si se te da bien la oratoria, puedes decir dos frases positivas de cada miembro de ella. Quién sabe, quizás los demás también quieran dar su opinión y agradecer o agradecerte algo. Esto también es un buen regalo para esta Navidad.

martes, 28 de septiembre de 2010

¿TIENE SENTIDO LA ASIGNATURA FORMACIÓN CRISTIANA EN EL CURRÍCULO ESCOLAR?

Ahora que estamos en la revisión del PCI vuelve a tener sentido el preguntarse por lo esencial en la formación de los alumnos, de nuestros jóvenes.

¿Tiene algún sentido que dentro del currículo fundamental la Formación Cristiana figure como una oferta institucional?

Yo soy de los que cree que sí, que la formación del ser humano ha de pasar por descubrir esa dimensión de apertura al Misterio que desde siempre muchos percibieron. El Misterio nos habita y nos descubre nuestro ser; habita el exterior, es decir el otro ser; habita la realidad, es la historia, la sociedad… Es la Fuerza que nos sostiene y nos abre al trabajo esperanzado de seguir en el camino de construir humanidad, de tejer estructuras personales y sociales más humanas, de regenerar nuevas energías.

Desde el inicio del proceso de humanización el ser humano experimentó ese “Algo más” y creó sistemas para relacionarse con Él, no siempre acertados, ni libres de tantas limitaciones que conlleva el ser humano. Sistematizó sus creencias, articuló ritos, escribió las experiencias de su aproximación y comprensión de lo infinito, lo trascendente, lo divino, en libros que llamó revelados.

El Misterio y la dimensión espiritual del ser humano y de la naturaleza son universales, no se puede limitar a un credo, a una iglesia, a un dogma, a unos libros sagrados; nada lo puede encerrar y cuando lo hacemos, ya estamos fuera del Misterio: erramos. ¿Quién puede detener o poseer el aire, encerrar el océano, o la música, o la belleza? En tal caso, cuando decimos que lo hacemos, estamos confundiendo esa música o esa belleza con La Música o La Belleza, con el Aire o el Océano.

¿A dónde voy con todo esto? A mi convencimiento de la necesidad de abrir a nuestros jóvenes a esa dimensión trascendente, a explicársela; a contarles que ha existido siempre, a enseñarles las manifestaciones históricas que han generado libros sagrados, ritos, valores, concepcio-nes de vida, compromiso, estructuras religiosas.

Esta forma de enseñanza de la Formación Cristiana es recoger el legado espiritual que hemos heredado y desentrañar en él sus valores; mirar el pasado sagrado de nuestros ancestros con reverencia. Pretende en primer lugar conocer. Que el conocimiento de lo espiritual tenga equilibrio con tantos otros conocimientos necesarios para la vida: tecnológico, histórico, lingüístico, matemático, etc. Y no formemos expertos e intelectuales analfabetos de lo religioso.

En segundo lugar conocer para tolerar. Si formamos personas que conocen les estamos educando para tolerar lo diferente. Ésta es una de las exigencias más importantes en una sociedad plural cultural, política y religiosa como la que vivimos.

¿Cómo podemos lograr entender al otro en su diferencia y en su riqueza propia haciendo que se sienta comprendido desde lo más hondo, desde lo más suyo? Yo creo que mucho tiene que ver con la educación en ese conocimiento y reverencia ante lo ajeno y lo propio, y eso pasa necesariamente por el conocer, aprender, estudiar esa pluralidad religiosa. En esa medida depuraremos prejuicios, descubriremos que tememos mucho más en común que aquello o que nos separa.

En tercer lugar y como objetivo final: valorar. Es necesario hacer un esfuerzo desde la educación para enseñar a valorar. No valoramos y seguimos los preceptos del neoliberalismo que lo gasta todo, lo derrocha todo y ni así somos felices con lo que tenemos.

No sé si valoramos el amanecer y los tonos fascinantes que dibuja en el cielo, los árboles en su belleza y en su silencioso trabajo para depurar nuestro aire, los gorriones en sus insistentes reclamos, los medios, la cultura a la que tenemos acceso, o las familias donde nos hacemos personas. Aprender a valorar, quizás es aprender a mirar. (“Todos los ojos miran, pocos observan, muy pocos ven”)

Si la clase de Formación Cristiana se sumará al currículo de las materias que educan para que sean cada vez más los que vean, habremos aportado lo más importante del legado de todas las religiones en lo más hondo de su esencia. Entonces les habríamos educado a estar más allá de cualquier credo, como decía el místico Arabi ya en 1165 en uno de sus poemas:

“Hasta ahora ignoraba a mi compañero si no compartía la misma creencia. Pero ahora mi corazón acoge cualquier forma: pradera de gacelas, ermita para monjes, templo para ídolos, Ka’aba para peregrinos, tablas de la Torá y Libro Santo del Corán. Sólo sigo la religión del amor”. (Fragmento de la Oda XI).