jueves, 29 de marzo de 2012

REFLEXIÓN SOBRE EL VIERNES DE SEMANA SANTA 2012

Les comparto un compilado de reflexiones sobre el dolor humano y su sentido desde la experiencia cristiana ( Basado en artículos de Panigazzi, Mariani y grupo Renacer).

EL SENTIDO DEL DOLOR

Nos enfrentamos en esta semana a uno de los misterios de la vida: la muerte y el dolor humano. En particular nos centramos en la muerte de Jesús y lo recordamos especialmente el Viernes Santo.
En la tradición de la Semana Santa se suele insistir mucho en los dolores de Jesús. Se los suele colocar en el máximo de las posibilidades del ser humano. En realidad, en nuestro tiempo, podemos constatar dolores más horribles que los padecidos por Jesús: en las cárceles, en los países excluidos, en las torturas, desapariciones, discriminaciones, en la eliminación de personas con los métodos más crueles y a completa sangre fría.
La idea de que el dolor de Jesús “viene de arriba”, de que el Padre lo entrega para quedar satisfecho con su sacrificio por nuestros pecados, es contagiada del paganismo que mantenía el favor de los dioses contentándolos con sacrificios. De allí ha brotado entre los cristianos, una espiritualidad del sacrificio que muchas veces llega al masoquismo.
Por lo tanto, el sacrificio de Jesús no es por obediencia a la Voluntad de Dios, como si Él quisiera su muerte. Es por obediencia a la Voluntad de Dios, pero enfrentada a la voluntad del mundo, de los que viven de acuerdo al espíritu del mundo. Y es ese espíritu del mundo el que causa su muerte, no querida por Dios. La muerte de Jesús se explica por su historia y su propuesta. No por un “decreto de arriba” sino por “decisiones de abajo”: de los poderes de este mundo.
La bondad de Jesús abarcó toda la dimensión de la persona y por eso tuvieron que eliminarla. Su dolor es por y para nosotros. Y allí está su sentido profundo.

UN DIOS EXPULSADO DE LA HISTORIA
Una de las causas de la incredulidad y el ateísmo de nuestro tiempo es la no aceptación de que Dios pueda permanecer impasible ante tantas desgracias que se abalanzan sobre las personas, los inocentes tanto como los culpables y, a veces, hasta con ventaja de estos últimos. Tragedias como las de los terremotos, tsunamis, inundaciones que arrasan con vidas, los accidentes, la tragedia de Once…Todo esto lleva a la conclusión de que Dios no existe o al menos a la duda.
Hay otra manera de juzgar la realidad y es la que sugiere la Biblia. Dios entra en la historia a través del dolor. Por la pobreza, la persecución, la intranquilidad, el desamparo, el rechazo, la cruz. Por eso las bienaventuranzas proclaman el privilegio de los pobres y los que sufren. Porque abren paso a Dios en la Historia. Porque el sufrimiento es una puerta para que ese Dios de amor pueda entrar en la historia sin oprimir y sin suprimir al hombre.
El dolor, que es un modo muy intenso de compartir nuestras limitaciones, tiene en él un sentido de amor, porque es con, por y para nosotros. Es un dolor que él soporta durante toda su vida, ya que es un defensor de la causa del hombre y de la mujer, de su libertad, de su dignidad, de sus derechos y, por eso, molesto para los opresores, los aprovechadores, los soberbios, los excluyentes, los discriminadores de cualquier clase. Y esto causa su muerte.


EL SENTIDO DE NUESTROS DOLORES
Nos detenemos en ese sentido del dolor de Jesús, porque es fundamental para los cristianos. En la vida cristiana, el dolor que se soporta o se enfrenta es para ser consecuente con sus principios, para dar felicidad o defender el derecho de los demás. Ese dolor tiene sentido en sí mismo, porque está impulsado por el amor y supone una superación constante de nuestra debilidad y nuestros egoísmos.
Pero, también tenemos que preocuparnos de recuperar el sentido del dolor más vulgar y cotidiano. El que nos disminuye, nos desgasta, nos oprime, desde las injusticias irremediables, la desocupación, la enfermedad, la depresión psíquica, la pérdida de los seres queridos y otras tantas situaciones difíciles en que nos pone la vida.A veces, la solución se pone en la actitud resignada ante Dios que “si así lo dispone, será por algo” Y este razonamiento, aunque pueda causar resignación y así producir una paz aparente, constituye una verdadera ofensa a Dios, que se ha rebelado contra el dolor, y que quiere liberarnos y hasta ha sido capaz de “dar la vida por los amigos”.
La primera actitud ha de ser entonces recurrir a todos los medios para evitar el dolor. El propio y el ajeno. Nunca se puede pensar que uno se conforma mejor a la voluntad de Dios sufriendo que venciendo al dolor.
Pero, muchas veces esta lucha no conduce a una desaparición del dolor. Y entonces también, desde nuestras posibilidades humanas tenemos que buscarle sentido.
Hablamos en este caso de una situación en la que el sufrimiento no es tan tremendo y no nos anula la posibilidad de utilizar nuestras facultades. Mientras eso es posible, un primer sentido hay que encontrarlo en la solidaridad con los que sufren. No dejar que el dolor cierre nuestros ojos ni nuestros corazones al dolor de los demás. Sufrir con los que sufren, para comprenderlos, para buscar su alivio. Es casi una ley que quien no ha sufrido una cosa concreta no puede entender con algo de profundidad el sufrimiento de los demás y se considera superior o inmune. Aprovechar el sufrimiento para comprender, es ya un sentido muy importante para nosotros mismos y delante del Dios del amor. Así dice de Jesús la carta a los Hebreos: “que compartiendo nuestros sufrimientos, es capaz de comprendernos”.
POR Y PARA LOS DEMÁS
Cuando, a pesar del dolor, uno puede llegar a la conciencia de que su propio sufrimiento puede resultar fortaleza y aliento para los demás, cuando desde el propio dolor se traspasa el natural sentido de encerrarse en él y uno se preocupa por descubrir qué cosas pueden significar alivio para la situación de los demás, el dolor adquiere su sentido redentor asemejándose al de Jesús.
Muchas experiencias muestran que, aún en enfermedades incurables o situaciones terminales, la dedicación al servicio de otros ha constituido el principal alivio y hasta, en algunas oportunidades la curación de los propios males.
De todos modos, cuando el dolor no es suficiente para vencernos en nuestra disponibilidad afectiva y efectiva para acompañar a los que nos rodean, produce una compañía que es como una devolución aliviante para nuestros propios sufrimientos. Muchas veces la soledad de los que sufren puede deberse a su falta de disponibilidad para buscar la felicidad de los otros, o para aceptar su presencia y su buena voluntad para ayudar.

FRENTE A LA CRUZ DE JESÚS
El dolor de Jesús es plenamente con, por y para nosotros. En este camino se descubre sentido al sin-sentido del dolor humano. Con la lucha por evitarlo, acompañamos a ese Jesús que no fue indiferente ante ningún sufrimiento y curó a todos los que encontró en su camino. Con la solidaridad para compartir agrandamos nuestra dimensión interior y entramos en la comprensión de los dolores ajenos. Con la conciencia de que a nuestro lado sigue habiendo necesidades y colaborando desde el dolor y la limitación a la preocupación por solucionarlas, convertimos nuestra situación dolorosa en un modo de amor y así entramos de lleno en el sentido cristiano.

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